21 de Septiembre.
San Mateo: Mt 9, 9-13
Celebra hoy
Nos dice que Jesús
vio a un hombre llamado Mateo. Sin embargo Marcos y Lucas dicen que ese hombre
se llamaba Leví. Es posible que tuviera los dos nombres; pero también es muy
posible, como dicen algunos entendidos, que su primer nombre fuera Leví, y que
Jesús se lo cambió, como hizo con Pedro, ya que Mateo significa “don de Dios” o
“regalo de Yahvé”. Por eso en todas las listas de apóstoles figura como Mateo.
Y es de comprender que a San Mateo le gustase tanto el nombre puesto por Jesús,
que a sí mismo se nombró como Mateo desde el primer momento.
Su oficio era
publicano o recaudador de contribuciones. Cafarnaún
era un centro importante en la región y debía haber por lo menos algún
recaudador en el cruce de caminos y otro en el puerto del lago. El hecho es que
tenía un oficio que era odioso para la gente. Para unos porque colaboraba con
los opresores, que eran los romanos. Por eso para los fariseos eran pecadores e
impuros por estar en contacto con los extranjeros y con las monedas romanas.
Para otros eran odiosos porque, al cobrar los impuestos, se solían aprovechar
de la gente y cobraban algo más para ellos, con lo cual se enriquecían a costa
de la gente pobre. Mateo parecía buena persona. Dios mira sobre todo el
corazón. Seguramente que antes de la última y definitiva llamada, Jesús tendría
con Mateo algunas conversaciones, ya que Jesús estaba más tiempo en Cafarnaún que en otros pueblos. Así actuaba Jesús con Pedro
y otros apóstoles. Primeramente estaban con Jesús un tiempo, mientras seguían
en sus trabajos de cada día, hasta que venía la definitiva llamada, que era
estando en sus propios trabajos.
Jesús le llama y
Mateo deja todo: su trabajo, su dinero y su hogar. Mucho le tuvo que costar,
porque mucho cuesta cuando por delante está el dinero y las amistades. Sin
embargo tenemos una lección maravillosa en esta respuesta de Mateo a la llamada
de Jesús. Es la alegría en la respuesta. Organiza un banquete para
despedirse de sus amigos, que eran los compañeros en su oficio, y para
presentar en ese banquete a sus nuevos amigos, Jesús y los apóstoles, que
parecerían en aquel ambiente como unos pobres hombres sin porvenir. Esta
alegría en la respuesta a Jesús es algo que debemos meter muy profundamente en
el alma. Muchas veces quizá le hemos dicho que sí al Señor. Pero hay muchas
maneras de decir “sí”: desde quien lo dice por un compromiso humano o por una
especie de manda, como queriendo comprar al Señor, hasta el que lo dice con el
corazón ardiente y contento hacia Dios.
Por allí andaban
los fariseos y, claro, no les gustó que Jesús comiera con los pecadores. Y se lo dijeron a algunos
apóstoles; pero Jesús lo oyó. Y les hizo un elogio irónico: “No he venido para
los sanos, sino para los enfermos”. Y luego nos da a todos su mensaje: Es mucho
más importante la misericordia, las obras de caridad, que muchos actos de culto
sin caridad, aunque se diga que son en honor a Dios.
San Mateo, por
causa de su oficio, debía tener mayor instrucción que la mayoría de sus
compañeros. Él seguía siendo humilde, de modo que, cuando nombra a los doce, de
ninguno otro dice su oficio nada más que del suyo “el publicano”, como un signo
de humildad. Pero esa instrucción humana le llevó a que, cuando comenzaban a
predicar, viendo que podía ser muy útil para algunos tener los discursos de
Jesús escritos, se dio a la labor de escribir los discursos de Jesús en la
lengua de sus oyentes en Palestina, que era la misma que había hablado Jesús,
el arameo. Esos discursos, de los que hablan los autores antiguos, no se han
conservado; pero con ese material y algo de lo que ya había escrito san Marcos,
el mismo san Mateo o, como creen algunos, algún discípulo suyo escribió, en
griego, el evangelio llamado de Mateo. Lo escribió sobre todo para testificar
que Jesús es el Mesías o Salvador anunciado ya por los profetas.