¿Y quién soy?

 

El anonimato nos ha apañado en toda nuestra desnudez y poquedad. Somos tan nada, tan insignificantes, tan limitados. Cuando más tenemos un referente genético o un hábitat de trabajo o de estudio. Cuando no un número o una marca que identifica nuestra condición de asalariado o, peor hoy, de inmigrante o ‘descartado’. Es una realidad cruel, inhumana. Vamos perdiendo hasta las raíces. Nos queda el interrogante de un futuro incierto o señalado con un N… N…

Jesús ha suscitado en su entorno un hálito de prestigio, de admiración. Pregunta a sus discípulos “¿Quién soy Yo?” como queriendo indagar acerca de la verdad sobre su persona. Las respuestas son múltiples. Pero no tan acordes a su realidad. Entonces, pregunta de nuevo: ¿Y quién dicen ustedes que soy YO?”. Pareciera fácil la respuesta. Definir a una persona resulta un misterio. Eso es el ser humano: Un misterio. Algo impredecible, infinito, incomprensible.

Definimos a las gentes por su rol, su profesión, parentesco, origen como si las conociéramos. Puedo conocer a un objeto. Puedo hablar de un acontecimiento. De un período de historia. Pero las personas escapan a nuestro análisis. Se nos hace lejano medir, definir el sentimiento, el afecto, el amor. Eso no es medible, cuantificable. Podríamos definirle tal vez, por sus obras. De pronto, Pedro quiso llegar a esa aproximación. “Tú eres el Hijo de Dios”.

¿Y cómo definir a un creyente? Santiago se lanza al ruedo con una respuesta simple: “Por sus obras”. El Evangelio ya lo había dicho: “Los conocerán por sus frutos”. Decir ‘yo creo’ es facilísimo. ¡Demuéstrelo! En la respuesta va toda tu personalidad, tu madurez, tu genialidad, tus convicciones. Nada escapa a tu afirmación lacónica: Creo. Si crees, dilo con tu testimonio, con tu coherencia, con tu autenticidad. Hoy se ha vuelto muy difícil responder a nuestra FE.

Cochabamba 16.09.18

jesús e. osorno g. mxy

jesus.osornog@gmail.com