25ª semana del tiempo ordinario. Lunes: Lc 8, 16-18

A veces Jesucristo hablaba en parábolas o en forma de consejos en medio de un suceso de la vida ordinaria. Otras veces nos exponen los evangelistas sentencias, al estilo proverbial, que son como resumen de una explicación. En el evangelio de este día, la Iglesia nos presenta tres sentencias de Jesús, que se pueden examinar separadas, aunque tienen su conexión en la luz y la vida espiritual.

Podemos considerar estas tres sentencias, que son tres versículos del evangelio de san Lucas, como una conclusión de la parábola del sembrador, aunque pueden haber sido dichas y repetidas en otras ocasiones, ya que pueden ser conclusión de diferentes explicaciones en el evangelio.

La primera sentencia nos habla de una lámpara que tenemos para dar luz a una casa. Si lo que nos interesa es que alumbre lo más posible, debemos poner la lámpara en sitio alto y central. Sería ridículo que la pongamos escondida o que la tapemos. Esto que no lo haríamos con una lámpara, a veces lo hacemos con la luz que Jesús nos da o simplemente con la palabra de Dios que se nos ofrece, como Jesús acababa de ofrecer la parábola del sembrador.

San Lucas dice lo más elemental, quizá refiriéndose sólo a esa palabra o parábola anteriormente descrita y explicada. Pero otros evangelistas, al hablar de esta lámpara que no debe esconderse, lo aplican a nuestra propia vida, ya que la luz de Cristo, que debemos llevar en nuestro corazón, no es para que quede escondida, sino para que alumbre a todos los hombres. Todos deben verla, no para que nos alaben a nosotros, sino para la mayor gloria de Dios.

Continua Jesús en la segunda sentencia diciendo que nada hay oculto que no haya de ser descubierto. Una aplicación directa es a nuestra propia vida. Debemos ser sinceros, porque, aunque queramos ser “hipócritas”, Dios nos conoce bien, y Él es quien nos ha de juzgar.

Jesús también se refiere a esa misma palabra que ha proclamado. No puede quedar escondida. Él la ha pronunciado para que pueda iluminar al mundo. Para eso se la encomienda a los apóstoles y nos la encomienda a nosotros. Así como Jesús es “luz del mundo”, también les dirá a los apóstoles que son luz del mundo, porque nuestra vida debe iluminar a los demás.

No es que nosotros iluminemos. A veces hay algunos que “deslumbran”, pero no iluminan. Nosotros debemos dejarnos iluminar por Cristo, de modo que Él ilumine al mundo a través de nuestra vida. Esto será verdad si estamos unidos a la luz inmortal, que es Cristo. Por eso es la importancia de dejarnos cada día iluminar por la luz del Señor, conocer cada día más su vida y su manera de sentir y dejar que ese sentir penetre nuestra vida. Porque esa luz de Cristo es Vida.

Si es así, si tenemos ese interés, se realizará lo que dice Jesús en la tercera sentencia: “al que tiene se le dará y al que no tiene, aun lo que parece tener se le quitará”. Esta es una frase un poco chocante, pues parece contradecir a otras sentencias de que Dios ensalza al que no tiene, al pobre, al hambriento…

Hoy Jesús está hablando de apertura de corazón, de aceptación de la palabra de Dios. Aquel que tiene el corazón abierto a la gracia de Dios, quien tiene ansia de Dios, recibirá mayor caudal de gracias y bendiciones. Pero el que no tiene esos deseos santos o cierra su corazón a las gracias de Dios, pierde hasta lo poco que tenía.

De aquí la importancia de ir creciendo en la gracia de Dios, en su conocimiento, en la entrega desinteresada. En la vida del espíritu no podemos estar parados: si no vamos hacia delante, temamos, porque es señal de que vamos hacia atrás.

Aprovechemos tantos momentos de podernos comunicar con ese Dios Padre que vive con nosotros, para que nos dé la vida y la luz de su Espíritu.