(Núm 11,
25-29; Sal 18; St 5, 1-6; Mc 9, 38-43. 45. 47-48)
Las lecturas de este domingo son, por una
parte, iluminadoras para el momento recio que vivimos en la Iglesia: Jesús
denuncia de la manera más severa el daño que se puede hacer a los pequeños. Y
por otra parte, se afirma la presencia del Espíritu más allá de los límites
confesionales y jerárquicos.
La expresión de Moisés: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor
fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!”, no solo es un anhelo en las
comunidades cristianas, sino una necesidad. Y no porque merme el número de
presbíteros, sino porque los bautizados deberemos ser corresponsables de la
misión evangélica.
Es muy importante que la preocupación por la extensión de la Buena
Noticia esté en el corazón de los agentes de pastoral y en el de cada uno de
los bautizados. La escasez de vocaciones de especial consagración, debe avivar
la conciencia de los creyentes y tomar como llamada no solo la santidad de
vida, sino también la misión evangelizadora.
Es momento propicio para que las comunidades cristianas asuman
responsabilidad pastoral. ¡Cuántas veces en la historia de la Iglesia una
crisis ha suscitado una mayor respuesta y radicalidad! Lo comprobamos en el
siglo XIX, cuando parecía que la diosa Razón iba a imperar, y acontecieron
hechos que desconcertaron los sistemas políticos racionalistas.
Hoy, en una cultura líquida, se observa cómo hay muchas personas que
buscan comprometer su vida. Florecen movimientos religiosos y asociaciones de
fieles, son numerosos los que afluyen a los lugares de peregrinación, lo que
indica la búsqueda interior. El Espíritu Santo se derrama en los fieles y nos
conduce por caminos paradójicos, para que se vea con más claridad que ni el que
siembra, ni el que siega es el que causa la cosecha abundante, sino Quien
concede el incremento.
Quizá tengamos que rezar como el salmista: “Preserva a tu siervo de la
arrogancia, para que no me domine: así quedaré libre e inocente del gran pecado”.
Y solicitar que el Espíritu renueve la faz de la tierra. No pongamos vallas al
campo, ni bóveda al firmamento.
Es muy esperanzadora la expresión de Jesús: “El que no está contra nosotros está
a favor nuestro”. Quizá, como el muchacho que corrió a Moisés para pedirle que
prohibiera profetizar a dos ancianos porque no habían estado presentes en el
momento preciso, nos venga la tentación de vincular la gracia a la ley. El Espíritu supera nuestras fronteras.
Necesitamos creer que la Iglesia está guiada por el Espíritu de Dios.