El abecedario del grito

 

Nuestros pueblos se levantan, gritan, hacen oír su clamor. Sus derechos están conculcados, su presente, agónico; su futuro, incierto. Hay miedo generalizado, desesperanza, incertidumbre. Todo esto los convoca, los llama, los une. Su protesta es un grito desalmado. Pero no lo oyen los vecinos, aquellos que detectan el poder, o lo tienen todo asegurado, o viven en connivencia total con la injusticia, asegurados en el molde infranqueable de su verdad.

Hay un ciego a la vera del camino esperando la ayuda de los transeúntes. Y a la verdad que pasa mucha gente. El tumulto es inmenso. Esto despierta la curiosidad en el ciego. Es Jesús de Nazaret quien pasa. A grito tendido comienza a pedir la compasión del Nazareno. La gente lo quiere callar. Pero Él grita más duro. Y logra su cometido. Jesús lo llama. Dejando atrás su manto, de un salto, llega a la presencia de Jesús. “Quiero recuperar mi vista”, es su oración.

¿Y quiénes somos los ciegos hoy día? Quienes teniendo ojos muy abiertos, no alcanzamos a ver la realidad. Simplemente no queremos ver, o de otra parte, de mil maneras nos quieren tapar los ojos, vendarlos. Son dos causas que llevan a la misma ceguera con el agravante de un elemento más y es querer privarnos del grito estertóreo de nuestro dolor. Quieren ponerle tono, modalidad según normas establecidas y educadas de proceder al clamor popular.

En nuestras liturgias, los maestros de ceremonias o los mismos celebrantes, según los dictámenes más estrictos de su normativa, imponen silencio a la asamblea o interrumpen sus rituales cuando un niño toma la vocería de su inocencia, para gritar. En el fondo es una protesta. Jeremías ve un pueblo de harapientos, ciegos, cojos, parturientas que gritan, claman el gozo de su liberación. Volvemos a escuchar este grito hoy en la demanda de los derechos más elementales de nuestro pueblo. Es la liturgia del grito, que es alabanza esperanzada de un futuro posible, liberador.

Cochabamba 28. 10.18

jesús e. osorno g. mxy

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