CADA DÍA SU AFÁN
LOS SANTOS Y LA SANTIDAD
Era el primer año de su pontificado. En la
audiencia general del día 30 de octubre de 1963, el papa Pablo VI decía a los
peregrinos que el tema de la santidad sería celebrado por
toda la Iglesia en la próxima festividad dedicada a todos los santos del Paraíso.
Era el momento para recordar que todos los fieles que le escuchaban
gozaban de la selecta y afortunada
condición de hijos de Dios, mediante el bautismo. Ese sacramento les daba
derecho al título de “santos”, es decir, bendecidos y dedicados al Señor, y de
miembros de la santa Iglesia.
Pablo VI trataba precisamente de despertar en el espíritu de los fieles
presentes en la audiencia “el sentido de la dignidad cristiana y el propósito
de querer conservarla siempre y vivir, al menos en esa forma habitual y
magnífica que llamamos estado de gracia y que ya es santidad”.
De pronto, desgranaba ante los peregrinos que habían llegado hasta la
basílica de San Pedro tres preguntas,
tan características de su estilo personal:
• ¿Hay algo más bello, más importante para nuestra vida que esto?
• ¿Qué otro bien, qué riqueza, qué perfección hay superior a la gracia,
al principio divino de la vida sobrenatural?
• ¿Qué otra condición, qué otra fuerza podemos tener en nuestro
interior más eficaz para nuestro progreso espiritual, para nuestra continua
santificación, que la fidelidad al estado de gracia?
Pablo VI pedía para los fieles el don más precioso. Pedía que fueran
“cristianos vivos, vivos con la gracia de Dios, es decir, santos, y capaces de
hacer de todas las experiencias de la vida temporal, del gozo y del dolor, del
trabajo y del amor, del coloquio interior de la conciencia y del diálogo
exterior con el prójimo, una ocasión, un estímulo para ser mejores, para ser
más santos”.
Es verdad que la santidad es un don de Dios. Pero requiere una
aceptación activa, generosa y comprometida. Según el Papa, para ser santos son
necesarias dos actitudes:
• En primer lugar, “afianzar en
nosotros el sentido moral, es decir, el sentido del bien y del mal, el sentido
del pecado que la mentalidad moderna va perdiendo cuando está privada de la fe
en Dios”.
• Además, es necesario “aumentar en nosotros el gusto por la oración y
la confianza en la infinita bondad del Señor, que es verdaderamente el único
Santo, el único santificador”.
El papa Pablo VI terminaba su breve alocución deseando a los peregrinos
el sumo beneficio de la santificación cristiana. Ahora que su santidad acaba de
ser reconocida por la Iglesia, nos dirigimos a él pidiendo que interceda por la
Iglesia y por cada uno de nosotros.
José-Román Flecha Andrés