XXXIII
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
La
Catástrofe de la Pobreza y la Esperanza de la Iglesia
II Jornada Mundial de los pobres
El mayor incendio de California en los Estados Unidos está dejando
estos días un paisaje apocalíptico, donde los muertos y desaparecidos
constituyen el mayor dolor de la catástrofe. Sin embargo, no es una película
apocalíptica sino una catástrofe real, cuyo origen todavía se desconoce aún.
Muchas otras catástrofes tiñen de luto nuestro mundo y nuestros países. Muchas
de ellas provocadas por el terror, el fanatismo, la sinrazón y la barbarie de
los mismos seres humanos, que no es preciso enumerar ahora. La principal de
todas las catástrofes es, sin duda, la pobreza de millones de seres humanos en
el planeta, que arrasa, como fuego devorador, la vida de veintidós mil niños
cada día. En todo el mundo hay 805 millones de personas
que pasan hambre. Ante esta gravísima situación el papa Francisco ha instituido
para este domingo la Jornada Mundial de los pobres y nos invita a escuchar los
gritos del pobre y a liberarlo de la pobreza. En este contexto las lecturas
bíblicas del profeta Daniel y del Evangelio de Marcos nos invitan a adentrarnos
en lo más profundo del ser humano para que no se agote el hontanar de la
esperanza.
El lenguaje apocalíptico
El
estilo apocalíptico predomina como género literario en los textos bíblicos de
este domingo y como tales hay que entenderlos. En el libro de Daniel se
advierten los tiempos difíciles (Dn 12,1-3) y el
evangelista Marcos habla de grandes catástrofes en el discurso escatológico (Mc
13,24-32). Son textos que permiten abordar la cuestión del rumbo y sentido de
la historia humana, pero desde la genuina aportación de la apocalíptica. Ésta
es una corriente teológica de la tradición judía y cristiana que revela la
perspectiva divina sobre la vida, la historia y el destino del hombre y del
mundo, desde el reconocimiento de la soberanía de Dios como único Señor, y
desde la experiencia dolorosa de la historia humana como una historia de dolor,
de sufrimiento, de tribulación y de mal, que el mismo hombre provoca, consiente
y mantiene.
Necesidad de interpretar bien el género apocalíptico
Sin
embargo, los textos apocalípticos de la Biblia requieren, como género literario
muy singular, una interpretación adecuada que tenga en cuenta el conjunto de la
Sagrada Escritura y el horizonte teológico de salvación y esperanza al cual nos
abren dichos textos. En el libro de Daniel suenan los tiempos difíciles y el
anuncio de salvación del pueblo, mientras que el Evangelio de Marcos nos
introduce en el discurso escatológico del capítulo 13º, del cual el domingo
escuchamos sólo una parte. Los detalles del género literario están cargados de
fuerza y chocan con nuestra imaginación y puede que también choquen con nuestra
idea de Dios, pero revelan a un tiempo la realidad del comienzo definitivo del
nuevo día de Dios en la historia humana y que alcanza al más allá de la
historia. Es posible que nos resulten extraños los elementos portentosos de
este lenguaje. Vendrán grandes terremotos, epidemias y hambres en distintos
países, calamidades espantosas y grandes señales en el cielo. Habrá guerras y
noticias de guerras...
La apocalíptica revela a Dios con los que sufren
Este
lenguaje catastrofista es propio de la apocalíptica y pretende revelar al
hombre, mediante visiones y señales, la verdad última y decisiva de la historia
humana desde la perspectiva de Dios. Pero el apocalíptico cristiano no es
principalmente un pregonero de desastres históricos, sucedidos o que vayan a
suceder, sino más bien el profeta que percibe la historia del mal y de los
desastres que ya existen desde la perspectiva de quienes los sufren como
víctimas y desde la visión reveladora de un Dios que interviene en la historia
a favor de los que sufren e intervendrá definitivamente poniendo punto y final
a los desastres de la humanidad.
La catástrofe de las catástrofes es la pobreza de millones de
personas
El
mensaje de la apocalíptica cristiana puede revelar (que eso es lo que significa
Apocalipsis), sólo desde el lado de los sufrientes, un nuevo horizonte que
rompe con la marcha del devenir de la historia. También hoy se pueden
contemplar las víctimas de las catástrofes. Pero existen muchas catástrofes: la
principal es la catástrofe social de la pobreza y de la miseria, y a ésta van
asociadas la de las injusticias sociales y de las desigualdades económicas, la
de las hambrunas y guerras aniquiladoras, la de los refugiados que huyen de la
violencia y de la opresión política, la de los inmigrantes que, en el intento de
salir, sucumben en las aguas del Mediterráneo o chocan con el muro de corazones
y políticas del descarte en Europa y Estados Unidos, la de la explotación
laboral de los emigrantes, y la del descarte sistemático de inmigrantes pobres.
Existe la gran catástrofe de la violencia callejera, doméstica y terrorista. Y
también la institucionalizada. Impera la corrupción y la lucha intestina sólo
por el poder en las esferas políticas de muchos países.
La presencia del Hijo del Hombre en el horizonte catastrófico del
mundo
¡Tanto
dolor humano provocado o permitido! Pues en esas circunstancias aparece la
verdadera sabiduría, la perspectiva de solidaridad con los sufrientes y sólo
desde ahí es donde en el mensaje apocalíptico cristiano se apunta hacia un
horizonte último de esperanza, que hay que descifrar. Es el horizonte donde
aparece un Hombre nuevo, el Hijo del Hombre, el que viene con potencia
convulsionando la marcha aparentemente tranquila de la historia humana pero
realmente cuajada de catástrofes y desastres, no pocas veces provocados o
propiciados por los mismos hombres. La verdad profunda de este lenguaje
simbólico y cifrado es que el fin del mundo no será ni lo último ni la plenitud
consumada de lo que ahora existe.
La liberación que trae consigo el Crucificado y Resucitado
La
realidad dolorosa y cotidiana de miles de seres humanos para los que cada
amanecer se convierte en una amenaza tampoco es lo definitivo, porque es en
esas circunstancias donde un apocalíptico, realmente solidario con el dolor,
anuncia proféticamente la liberación que traerá el Hijo del Hombre con su
venida. La perspectiva cristiana centrada en Cristo, Crucificado y Resucitado,
nos revela que la humanidad no está sometida a un destino fatal, sino que está
llamada a una liberación radical. Por eso, sólo desde las víctimas, desde los
que sufren inocente e injustamente, desde los desamparados, desde los excluidos
y marginados, desde los enfermos y desheredados, o desde cualquier experiencia
de dolor se puede comprender bien la esperanza mesiánica del día del Hijo del
Hombre que vendrá con potencia y esplendor sobre las nubes del cielo para
reunir a los elegidos, es decir, a su nuevo pueblo, a los transformados
definitivamente por la eficacia del perdón conseguido mediante el sacrificio redentor
del que se ofreció de una vez para siempre, Jesús, el único mediador y
sacerdote (cf. Heb 10,11-14.18).
El mensaje de esperanza de Jesús
Éstos,
los que vendrán de los cuatro vientos y experimentarán la salvación, y los que
enseñaron y fueron testigos de la justicia brillarán como estrellas por toda la
eternidad. La novedad de Jesús en este discurso es que no habrá señales que
evidencien el final, ni siquiera los signos portentosos mencionados serán el
anuncio del fin. Jesús advierte contra los engaños de los oportunistas que se
aprovechan de todo esto para beneficio propio. Para Jesús lo importante no son
las visiones ni las previsiones, sino la salvación. A sus discípulos y a
nosotros Jesús nos enseña dos cosas: que el fin no ha llegado y que su palabra
es la definitiva.
El fin no ha llegado todavía
En
primer lugar, Jesús asegura que el fin no ha llegado todavía, es más, que no
sabemos ni el día de la hora. Por eso nos interpela y nos llama al aguante,
como talante propio del cristiano en las tribulaciones. La capacidad de aguante
es la que nos sostiene en la vida. Pero el aguante no se puede confundir con la
resignación, es decir con la aceptación pasiva o indiferente del mal, sino que,
bien entendido, es la capacidad para resistir activamente al mal, haciendo
siempre el bien y con la esperanza que nos da el que sufrió la Pasión hasta la
cruz. De ahí que la esperanza de los cristianos sea inquebrantable. Jesús no
promete un futuro halagüeño para los suyos. A los discípulos no les aguarda el
éxito. Al contrario, el destino de sus testigos será como el suyo: Como a él le
aguardaba la cruz, a sus seguidores les espera la persecución, la traición, el
odio y la muerte. Ésta es la época del testimonio y por eso los signos reales
de su presencia son las marcas del sufrimiento. No será en ningún caso una época
triunfal.
La palabra de Jesús sí es definitiva
En
segundo lugar, Jesús nos enseña que lo definitivo sí está dicho en su palabra.
Él sólo garantiza su asistencia con su palabra llena de sabiduría. Éste es el
único éxito real. La palabra de su Reino. La victoria de los cristianos en este
mundo es la palabra cuya autoridad y cuya verdad nadie podrá refutar ni
sofocar. Éste es el triunfo real del Espíritu en Jesús y en sus discípulos.
Entre esos testimonios, junto a todos los cristianos y misioneros perseguidos
del momento actual, es bueno hacer en estas fechas una mención especial, en el
aniversario de su muerte, de Ignacio Ellacuría y sus
acompañantes, que el 16 de Noviembre del 1989 fueron asesinados en San Salvador
por enfrentarse, a través de la palabra, con la valentía y la lucidez que
emanan del Evangelio, a los poderosos de aquella hora, a los opresores y
explotadores de los empobrecidos de El Salvador.
La opción preferencial y evangélica por los pobres
Desde
la Iglesia en el continente de América, en el marco de la conversión misionera
renovada en el V Congreso Americano Misionero del pasado mes de Julio, y
animados por el testimonio y la palabra del papa Francisco, la comunidad
eclesial se ratifica en su opción preferencial y evangélica por los pobres y en
su compromiso firme en la búsqueda del Reino de Dios y su justicia, frente a
cualquier actuación catastrófica que atente contra la dignidad, la vida y la
libertad de toda persona humana. Así lo han hecho también los Obispos de
Bolivia en su reciente mensaje: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6).
La esperanza inquebrantable de la Iglesia en el Hijo del Hombre
En
la palabra, en la vida y en la hora del sufrimiento de los testigos se va
anticipando lo decisivo de su Reino. El discurso escatológico de Jesús nos
alerta para que no caigamos en la pasividad, sino que permanezcamos activos y
despiertos, trabajando incesantemente por la transformación de este mundo,
especialmente en los lugares desastrosos de la humanidad, con la esperanza
inquebrantable, puesta siempre en el Hijo del Hombre.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada
Escritura