Domingo XXXIII
del tiempo ordinario/B
…el Fin de los
Tiempos, la Segunda Venida de Cristo.
El evangelio de este penúltimo domingo del año litúrgico
nos propone una parte de las palabras de Jesús sobre los eventos últimos de la
historia humana, orientada hacia el pleno cumplimiento del reino de Dios.
Es la prédica que Jesús hizo en Jerusalén antes de su
última pascua. Eso contiene algunos elementos apocalípticos, como las guerras,
carestías, catástrofes cósmicas. “El sol se oscurecerá, la luna no dará más su
luz, las estrellas caerán del cielo y las potencias que están en el cielo serán
trastornadas”.
Entretanto estos elementos no son la cosa esencial del
mensaje. El núcleo central en torno al cual giran las palabras de Jesús es Él
mismo, el misterio de su persona y de su muerte y resurrección, y su retorno al
final de los tiempos. Nuestra meta final es el encuentro con el Señor
resucitado.
Pero en nuestro mundo de hoy, cuántos piensan sobre esto:
‘Habrá un día que yo encontraré cara a cara al Señor’. Y esta es nuestra meta,
nuestro encuentro.
Nosotros no esperamos un tiempo o un lugar, sino que vamos
a encontrar a una persona: Jesús. Por lo tanto el problema no es ‘cuándo’
sucederán los signos anunciados para los últimos tiempos, sino que nos
encuentre preparados. Y no se trata tampoco de saber ‘cómo’ sucederán estas
cosas, sino ‘cómo’ tenemos que comportarnos hoy en la espera de éstos.
Estamos llamados a vivir el presente construyendo nuestro
futuro con serenidad y confianza en Dios. La parábola de la higuera que
florece, como signo del verano que se acerca, dice que la perspectiva del final
no nos distrae de la vida presente, sino que nos hace mirar hacia nuestros días
actuales con una óptica de esperanza.
Esa virtud tan difícil de vivir: la esperanza, la más
pequeña de las virtudes pero la más fuerte. Y nuestra esperanza tiene un
rostro: el rostro del Señor resucitado, que viene “con gran potencia y gloria,
y que esto manifiesta su amor crucificado y transfigurado en la resurrección.
El triunfo de Jesús al final de los tiempos será el triunfo de la cruz, la
demostración que el sacrificio de sí mismos por amor del prójimo, a imitación
de Cristo, es la única potencia victoriosa, el único punto firme en medio de
los trastornos del mundo.
El Señor Jesús no es solo el punto de llegada de la
peregrinación terrena, sino una presencia constante en nuestra vida: por ello
cuando se habla del futuro, y nos proyectamos hacia ese, es siempre para
reconducirnos al presente.
Él se opone a los falsos profetas, contra los videntes
que prevén cercano el fin del mundo, contra el fatalismo. Él está a nuestro
lado, camina con nosotros, nos ama sin medida.
Quiere sustraer a sus discípulos de todas las épocas, de
la curiosidad por las fechas, las previsiones, los horóscopos, y concentra su
atención sobre el hoy de la historia.
Me gustaría preguntarles, pero no respondan, cada uno
responda interiormente: ¿Cuántos entre nosotros leen el horóscopo del día…?
Cada uno se responda y cuando tengan ganas de leer el horóscopo, miren a Jesús
que está con nosotros. Es mejor, nos hará mejor.
Esta presencia de Jesús nos llama, esto sí, a la espera y
a la vigilancia que excluyen la impaciencia y la modorra, así como el escapar
hacia adelante como de quedarnos prisioneros del tiempo actual y de la
mundanidad.
También en nuestros días no faltan las calamidades
naturales y morales, y tampoco las adversidades y dificultades de todo tipo.
Todo pasa, nos recuerda el Señor, solamente su palabra queda como luz que mira
y alivia nuestros pasos. Nos perdona siempre porque está a nuestro lado, sólo
es necesario mirarlo y nos cambia el corazón. Que La Virgen María… nos ayude a
confiar en Jesús, el fundamento firme de nuestra vida, y a perseverar con
alegría en su amor.