XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario,
Ciclo B
Solemnidad; Jesucristo, Rey del
Universo
Mi Reino no es de este mundo
Padre José Cervantes
Jesucristo
es el Hijo del Hombre y Rey en el Reino de la Verdad
El
ciclo anual de la liturgia concluye este domingo con la solemnidad de Cristo
Rey, una fiesta instituida en 1925 y colocada, tras el Concilio, en este
domingo. Del Reino de Dios, en el cual Jesús es el Rey, hablan todas las
lecturas bíblicas dominicales. La profecía de Daniel (7,13-14) pone en el
horizonte de la historia, marcada por el sufrimiento humano, la esperanza en un
Reino eterno y en paz, el de Dios, presidido por una figura misteriosa, un
hombre, el Hijo del Hombre, situado al nivel divino desde su condición humana.
El inicio del Apocalipsis (Apo 1,5-8) proclama, en su
género, que ese Hombre es Jesucristo, el testigo fiel, el crucificado y
resucitado, y que su amor es el fundamento de la liberación radical de la
humanidad. Por eso él es el Príncipe de los reyes de la tierra y su reinado
consiste en ser testigo de la verdad (Jn 18,33-37).
El
amor de Jesús nos transforma en Reino
Cuando
escuchamos su voz y somos conscientes de su amor experimentamos la
transformación profunda que nos convierte, por el sacrificio de su sangre, en
un reino sacerdotal, el Reino de Dios. Esta transformación se ha iniciado en el
tiempo por medio de Jesús, con cuya entrega amorosa hasta la donación de la
vida, por medio de su sangre, pone en crisis todos los elementos del orden
sistémico de este mundo, tanto en su época, dominada por el poder político del
imperio romano y el poder social y religioso de los judíos, como en la nuestra,
sometida globalmente a otros tantos despotismos en el orden político, social y,
sobre todo, económico.
La
palabra de la verdad desenmascara toda mentira
La
escena del proceso romano contra Jesús en el cuarto evangelio desarrolla una
doble crisis, el juicio condenatorio de Pilato hacia Jesús y la crisis de este
mundo mediante la palabra de la verdad, pronunciada y sostenida por el testigo
fiel, Jesús, cuya realeza pone en evidencia, incluso con el silencio, la
mentira de todo poder despótico, la carencia de autoridad moral de quien se
rinde al populismo fácil de cualquier signo, y la manipulación de la persona
humana mediante el engaño embaucador que pisotea su dignidad y libertad.
Jesús,
enviado único del Padre, atrae a todos los hombres
En el
diálogo entre Pilato y Jesús, a éste se le llama insistentemente Rey (Jn 18,33.37.39; 19,3.12.14.15) pero el fragmento evangélico
de hoy aborda el sentido y el origen de dicha realeza (Jn
18,33-37). El biblista Xavier Alegre nos proporciona
una interpretación magnífica de esta escena evangélica. Para Juan existe una
profunda relación intrínseca entre el motivo de la «crisis» y el de la realeza
de Jesús. Jesús es el rey de los judíos en cuanto que es el enviado único del
Padre, el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).
Exaltado en la cruz, su trono, atrae a todos los hombres hacia sí (Jn 12,32; cfr. 3,14s; 8,28). Por ello los hombres no pueden
quedar indiferentes ante él. Han de tomar partido por o contra él, según oigan
o no su voz. Aunque su reino no es «de este mundo», está en este mundo, y es
aquí donde hay que hacer la opción frente a él.
Realeza
de Jesús en la humillación extrema
Otro
aspecto de la realeza de Jesús es que la manifestación de la gloria real de
Jesús se muestra incluso en la humillación. En la «ironía» del evangelista los
atributos reales de Jesús son una corona de espinas y un manto de púrpura que
se prestan a la burla de los soldados, como se presta a la burla, también, el
título que está colocado encima de la cruz. Pero a los ojos de la fe es ahí
donde brilla con más fulgor la gloria del Unigénito del Padre. Juan subraya
además que Pilato constata la inocencia política de Jesús (cf. 18,38; 19,4.6.12).
No fueron auténticas razones políticas las que motivaron su condena, sino las
calumnias de los judíos que manipularon a Pilato. Jesús no fue crucificado como
un revolucionario político sino por motivos religiosos.
El
Reino de Jesús no es de este mundo pero sí para este mundo
La
palabra de Jesús explica bien en qué sentido él es rey. Su reino no es de aquí
ni es algo político, no es mundano ni se rige por los criterios ni métodos de
los reinos de este mundo. Tampoco es un reino «espiritualista». Que no sea de
este mundo significa que no tiene aquí su origen. Pero Juan nos da el sentido
positivo del reino al decir: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al
mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi
voz». En este proceso Jesús, como revelador único del Padre, no es sólo un
testigo de la verdad, sino la verdad misma (cfr. Jn
14,6). Por eso todo el que se encuentra con él no puede permanecer neutral ante
él: se ve obligado, como Pilato, a tomar postura por o contra él.
Los
creyentes hemos de hacer opciones concretas por el Reinado de Jesús
Los
creyentes, que pisamos tierra en este mundo y en esta historia, hemos de hacer
opciones concretas, también en lo político. No querer tomar ninguna opción
significa, de hecho, dejarse llevar, como Pilato, por fuerzas o poderes que no
controlamos. Al contemplar el proceso contra Jesús, se ha de reconocer que toda
actuación humana tiene una repercusión política. Si no fuera así, las
autoridades romanas no habrían condenado a Jesús. Pero el evangelista Juan
excluía una concepción del cristianismo como alternativa de poder.
La
libertad del hombre frente a la divinización del poder político
Lo
que sí proporcionaba el evangelio era una desdivinización
del poder político y del sistema del imperio, así como una mayor libertad en el
hombre frente a las pretensiones coercitivas de cualquier gobierno o poder.
Juan aporta además en su evangelio una serie de criterios que pueden ayudarnos
a descubrir si en nuestras acciones nos dejamos llevar por el espíritu de los
poderes de este «mundo» o de este sistema o por el espíritu de Jesús, auténtico
rey en el reinado de Dios. El sistema de este «mundo» es asesino y mentiroso (Jn 8,44) y quiere imponer sus intereses y criterios en
todas las esferas de la vida.
Los
valores del Reino: Sacrificio, servicio, amor y libertad
La
actuación de los judíos y de Pilato, condenando a Jesús, revela que los poderes
de este mundo son capaces de usar todos los medios a su alcance para conseguir
sus objetivos aunque sea a costa de los inocentes. Por el contrario, el
espíritu de Jesús y el nuevo orden de su Reino tienen otros criterios y
valores. Xavier Alegre resume algunos que pueden servirnos para nuestra
orientación social y política: a) la vida como sacrificio («si el grano de
trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; en cambio, si muere, da mucho
fruto»: 12,24; cfr. 12,23.25s; 10,12.15) y no el éxito a cualquier precio; b)
el servicio y no el dominio (cfr. 13,13-17) o los honores humanos (cfr. 8,41);
c) el amor a los hermanos y no el egoísmo (cfr. 13,34s); d) la libertad de
espíritu para criticar las acciones malas del mundo, aun a costa de provocar
así su enemistad (cfr. 7,7).
Estar
con los sufren es entrar en el Reino de Dios
Celebramos
que Jesús es rey. Pero los que se dirigían a él invocándolo como rey estaban
bastante lejos de su Reino. Sin embargo, quien se orienta hacia su Reino, como
el ladrón arrepentido, que se pone de parte del inocente, entra inmediatamente
en el ámbito de Jesús y del Reino de Dios. Ponerse de parte de los que sufren y
de las víctimas de los poderes aniquiladores de este mundo, es entrar en el
espíritu de Jesús y de su Reino. Con Jesús llega el Reino prometido de justicia
a favor de los pobres, el Reino invocado en el padrenuestro y por el que hemos
de trabajar constantemente. Es el Reino de la bondad y de la misericordia, el
Reino de la verdad, del perdón y de la alegría, el Reino que conduce a una
fraternidad universal, cuyas puertas se abren a fuerza de amor hacia los
desheredados y crucificados de esta tierra encadenada, a fuerza de oración
insistente al Padre y a fuerza de anunciar y vivir la verdad del Evangelio.
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura