2ª semana de Adviento, Domingo C: Lc 3, 1-6

Estamos en el segundo domingo de Adviento, que significa venida del Señor. En este domingo ya se hace más presente la primera venida de Jesús en su nacimiento. Nosotros lo recordaremos en la Navidad; pero debe ser un recuerdo vivo, porque Jesús quiere venir de una manera más plena a nosotros. Para que sea más real y vivo este encuentro con el Señor nos debemos preparar. Ya sé que hay muchos que están preparando en sentido material la próxima navidad; sé que hay muchos que se dejan llevar de la propaganda comercial y por ello se van a quedar casi sólo con lo que tiene de satisfacción material una fiesta, que les traerá luces fugaces, quizá consuelos familiares muy dignos; pero el alma vacía (y también quizá los bolsillos), si no han sabido buscar lo que debe dar el verdadero sentido y esperanza cierta a nuestra vida.

La Navidad debe ser un encuentro íntimo con el Señor, que viene en un sentido más amable, pero salvador. Para vivir una Navidad espiritual, debemos prepararnos. Hoy el evangelio nos trae la figura de san Juan Bautista que nos invita a una digna preparación. San Lucas nos le presenta de una manera solemne recordando las circunstancias históricas y políticas de aquel tiempo. Nos dice que vino sobre él la palabra de Dios en el desierto. Esto significa que era un hombre disponible a la palabra de Dios, porque estaba desprendido de las cosas materiales. Si nosotros estamos atados a los atractivos materiales de este mundo, es muy difícil que podamos acoger con paz la palabra de Dios que nos ha de salvar, la que hoy se nos da.

San Juan predicaba un bautismo de penitencia en remisión de los pecados. La liturgia de este tiempo de adviento es de color morado. Es el color de la penitencia, de la austeridad. Todos tenemos pecados. Por lo cual el acercarse a Dios requiere primero el apartarse del mal para con esfuerzo poder hacer el bien. Esto es lo que el Bautista decía con la palabra “conversión”. Para encontrarnos más vivamente con Dios en la Navidad, necesitamos convertirnos. No se trata de la conversión de los grandes pecadores. ¡Ojalá que alguno se convierta a Dios! Se trata sobre todo de los que nos creemos “gente buena”. Necesitamos convertirnos un poco más cada día. Convertirse significa volver a Dios, cambiar de actitud en la manera de pensar y de actuar. Es quitar la mentalidad mundana y tener unos criterios de fe al estilo de Jesucristo. Es llegar a pensar como Jesús en cuanto a querer a todos hasta a los enemigos, es amar la pobreza y el dolor, buscando el bien de todos. Es algo “radical” y muy serio.

San Juan Bautista también nos dice qué es lo que tenemos que hacer, siguiendo las palabras que había dicho el profeta Isaías, palabras esperanzadoras para el regreso del pueblo desde el destierro: Hay que preparar el camino del Señor. Por eso hay que rellenar los barrancos, allanar los montes y enderezar los caminos tortuosos. Los montes que hay que quitar son la soberbia, el orgullo y la prepotencia. Los valles a rellenar son las grandes faltas, desconfianzas y depresiones. Lo torcido y escabroso son los pecados en general, los vicios y malas pasiones. Tenemos mucha tarea para realizar con la gracia de Dios para que la Navidad sea una salvación.

Termina el evangelio diciendo que, si esto es así, “todos verán la salvación”. La Navidad es un tiempo de una actualización especial de la salvación de Dios. Todos pueden llegar a ver la salvación que Dios realiza en nosotros, si nos empeñamos en realizar las palabras del Bautista. Convertirse es realizar lo que decía el profeta Ezequiel: transformar el corazón de piedra en corazón de carne, que significa de amor, compasión, perdón y caridad. Es llegar a pensar como Cristo para actuar como Él.

Dios quiere para nosotros la alegría; pero que sea verdadera, la que procede de un corazón que sabe que vive algo que da pleno sentido a su vida. En el salmo de la misa de hoy se dice: “Dios ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Esto es lo que deberemos decir en la Navidad, si abrimos el corazón al Niño Dios.