Solemnidad: La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María (8 de diciembre)

¡DIOS MÍO, QUÉ MUJER!

Padre Pedrojosé Ynaraja

 

1.- Muchos de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, estaréis hartos de tener noticias de la corrupción de ciertos políticos, de la falta de honradez de fabricantes de vehículos, que contaminan el medio ambiente, de empresas comerciales que adulteran productos de consumo, de falsificaciones de documentos, o de obras de arte. Nadie puede decir que sea cierto en todos los casos, pero sin duda haberla hayla. Es lógico que esta indecencia nos decepcione y dudemos y desconfiemos de todo: personas y géneros.

 

2.- Añádase a ello la caducidad programada de tantos útiles de uso frecuente, con la finalidad de que el cliente se acostumbre al vicio de comprar y comprar, gastando continuamente. Así se aumente el PIB, aunque arruine a algunos. Al constatar tanta depravación, sentimos la tentación de incorporarnos nosotros mismos a este mundo sucio, sin que nos remuerda la conciencia.

 

3.- En el mismo seno de la Iglesia, se nos da noticia de depravaciones de algunos de sus miembros más distinguidos y se nos cuenta ciertas flaquezas de los que recientemente fueron declarados santos. Envueltos en tales saberes, nos sentimos nosotros mismos desanimados y estamos dispuestos a renunciar, si alguna vez lo pretendimos, a progresar en la vida espiritual, camino de la santidad.

 

4.- No es cuestión de ser optimistas o pesimistas. El mal es serio y Dios ha acudido en nuestro auxilio y por medio de la Iglesia, quiere que sepamos, que estemos seguros, de que alguien, persona humana e histórica como nosotros, con quien podremos sentirnos identificados de algún modo, está toda ella limpia de desliz, de culpa, de maldad, dicho de otra manera, es inmaculada, nítida del todo, transparente. Evidentemente, se trata de Santa María, madre del Señor.

 

5.- A esta noticia se agrega que la tal persona es precisamente nuestra madre espiritual. Que la limpieza y honradez de Santa María no se la quiso guardar Dios para sí, que quiere que con Él compartamos el gozo. Saberlo inclina a celebrarlo y a vestirnos de Esperanza. Nobleza obliga.

 

6.- Abandono la reflexión conceptual y paso a comentaros brevemente las lecturas de la misa de hoy. Nos recuerda la primera cómo empezó todo. El relato del Paraíso es una maravillosa narración catequética. Tan expresiva y rica, que durante siglos en pórticos, capiteles, pinturas, tallas, y esculturas, los artistas la han ido repitiendo y aun hoy continúan plasmándola en muros, imágenes o lienzos. Nuestra madre Eva y nuestro padre Adán, nombres simbólicos sin duda, introdujeron el pecado. Sucesivas generaciones fueron acumulando males y males, contaminando los espacios espirituales. Nosotros mismos no somos ajenos a esta continua corrupción.

 

7.- Dios lo contempla todo. Nada para Él es pasado, presente o futuro, todo le es actual y quiso poner remedio. Nuestra madre Eva, más bien alguien de su progenie, vencería al tentador. Eva pecadora, fue también heraldo de Esperanza. Poco a poco, siglo tras siglo, los profetas fueron desvelando los proyectos divinos. Ese Alguien, descendiente de Eva, Hermano Mayor nuestro, llegado el momento, presentó diáfano el programa de Dios Padre, que a Él le tocaba cumplir a favor nuestro.

 

8.- También en este proceso intervino una mujer. ¡Dios mío, que mujer! Más bien mujercita. Sencilla como una flor silvestre de alta montaña. Humilde, dicho más exactamente. También a Ella se le presentó un programa y se le dieron instrucciones. Pero Ella fue fiel. Eva había sido creada inmaculada, pero se ensució dejándose llevar del orgullo. María, inmaculada, lo fue siempre siendo humilde y fiel.

 

Madre genética una, madre espiritual la otra ¿a cuál de las dos escogeréis, mis queridos jóvenes lectores?