2ª semana del tiempo
ordinario. Domingo C: Jn 2, 1-14
Hoy nos trae el
evangelio el milagro de las bodas en Caná. Comienza diciendo: “Al tercer día”.
Esta expresión es importante para el evangelista. No es sólo una medida material de un período de tiempo, sino que
precede a una realización importante del amor de Jesús. Así sucede en el
anuncio y realización de la resurrección; así en la declaración de que Dios es
su Padre a los 12 años; así en este momento en que se va a fortalecer la fe de
los apóstoles con este milagro en Caná.
También María, la
madre de Jesús, estaba invitada. Ella parece ser que en primer lugar. Quizá
serían familiares: Caná estaba a poco más de una hora caminando desde Nazaret.
Las bodas solían durar varios días, y María, que siempre estaba atenta para ver
en qué podía ayudar, se da cuenta que el vino está terminándose. Lo que piensa
es que su hijo algo podrá hacer. Y le expone la situación. Es un pedir sin
pedir; pero es una oración hermosa de exposición de un problema. En aquella
sociedad la falta de vino en un banquete de boda hubiera sido un gran bochorno
para los novios, que les duraría para toda la vida. Esa oración de María es un
gran ejemplo para nosotros.
Jesús responde que
no es asunto de ellos y que además “no es la hora”. ¡Cómo se lo diría Jesús,
con qué cariño, para que
Jesús cambia el
agua en vino. No era un vino cualquiera ni una pequeña cantidad. Las palabras
de quien está probando aquel vino tan bueno nos indica la diferencia del mundo
con Jesús. El mundo suele tener una astucia egoísta: al principio da el buen
vino y cuando ya no distinguen bien, da lo malo. Jesús da sus gracias en
abundancia; pero cada vez más grandiosas: El que comienza a tener una vida de
piedad o de oración, parece que lo ve todo difícil; pero si persevera en la
oración y las buenas obras, va sintiendo la paz profunda en su alma y
experiencias de alegrías, como no lo pueden sentir quienes buscan los
atractivos materiales. Así lo sentían los santos.
Este milagro de las
bodas de Caná tiene muchos simbolismos en nuestra vida religiosa. Desde muy
antiguo el agua simboliza la humanidad y el vino la divinidad. Aun así Dios es
tan bueno que quiere unirse a la humanidad para que nosotros podamos tener
parte en la divinidad. Ya los profetas hablaban de este desposorio de Dios con
su pueblo, a pesar de las infidelidades del pueblo, como hoy nos habla el
profeta en la 1ª lectura. Pero es Jesús quien con su venida a la tierra lo hace
realidad: se hace hombre para que el hombre pueda tener una participación
directa con Dios. Y no sólo con un pueblo, sino que todos los pueblos estamos
llamados a unirnos con Dios.
Esta abundancia de
sus dones aparece sobre todo en