D  O M I N G O  III   ( C ) (Lucas,1, 1-4 y 4, 14-31)

 “Jesús es el enviado del Padre para la salvación de todos los hombres”

 

- La escena evangélica que nos relata el Evangelista San Lucas es conmovedora: Jesús va a la Sinagoga de su pueblo y le dan el turno para leer un pasaje del Libro de Isaías. En dicho pasaje se anuncia, proféticamente, la venida del Mesías, del Salvador prometido por Dios, con estas palabras: “El Espíritu del Señor está sobre mi, porque el me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres. Para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”

   Y, una vez terminada la lectura, - dice el comentarista – “Jesús, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él” Y ante aquella expectación, Jesús, muy consciente de que aquellas palabras proféticas se referían a su Persona, les dice:

                     “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.

 

 - Era como decirles: Ese, al que habéis estado esperado durante tantos siglos y generaciones, es ya una realidad en mi Persona. ¡Yo soy ese ungido por el Espíritu, ese enviado del Padre, el Mesías prometido!:

            - Para ser la luz del mundo.

- Para realizar la salvación de todos los hombres.

- Este es el mensaje fundamental del Evangelio de hoy, tanto para los que le escucharon aquel día embelesados en la Sinagoga de Nazaret, como para los hombres de todas las generaciones: Jesús es el enviado del Padre para la salvación de todos los hombres.

- ¡El  mensaje de este Evangelio es muy comprometedor! Esa venida de Jesús no es una venida genérica. Es una venida muy personal a la vida de cada uno de nosotros. Gracias a esa venida, - como dice San Juan - “no sólo somos llamados hijos de Dios, sino que en realidad lo somos”,  y podemos gozar de su amistad y de la multitud de sus Gracias. Cabría preguntarse:

       ¿Verdaderamente es Jesús una Persona real y lo siento presente en mi vida?

       ¿Es tan real para mí, como el amigo con el que compartimos o nos tomamos una cerveza?

       ¿Me resulta familiar tener con Jesús en la Eucaristía una charla, de tú a tú, con la misma naturalidad que la tenemos con ese amigo?    Guillermo Soto