5ª semana del tiempo
ordinario. Domingo C: Lc 5, 1-11
Hoy nos presenta el
evangelio la llamada definitiva a Pedro y sus compañeros. Ya Jesús había
llamado para seguirle: a Pedro y su hermano Andrés, a los otros dos hermanos,
Juan y Santiago, y alguno otro; pero su vida parece que alternaba entre estar
con Jesús y hacer las labores y trabajos que siempre habían tenido. Hoy está
Jesús predicando a la gente que está junto al mar y junto a unos pescadores que
están lavando las redes. Como se
agolpaba mucha gente, Jesús prefirió predicar desde una barca. Para ello pidió
permiso a Pedro. Esto tiene su importancia, pues Dios suele actuar así con
nosotros: Cuando nos quiere pedir algo muy grande en lo interno, que al mismo
tiempo es un gran don, comienza pidiéndonos algo más pequeño, quizá externo. Si
no somos capaces de dar a Dios lo poco ¿Cómo vamos a ser capaces de
corresponder a una llamada más importante que requiera todo nuestro ser?
Acabó la
predicación y Jesús le dice a Pedro: “Rema mar adentro y echad vuestras redes
para pescar”. Al papa Juan Pablo II le gustaba mucho esta frase y la aplicaba
cuando había que hacer algo más grande y dificultoso, especialmente por los
jóvenes. Entrar mar adentro es una invitación que conlleva riesgos de temporales
inesperados, es una invitación al trabajo serio de cada día o de situaciones
más difíciles. Por eso cuesta el apostolado cuando se prevén los riesgos y
dificultades y quizá el hacer el ridículo, como a san Pedro le pareció la
invitación de Jesús. “Remar mar adentro” significa la necesidad de arriesgar
para ir a anunciar la palabra de Dios a ciertos ambientes y situaciones
difíciles. Por eso san Pedro le manifestó a Jesús lo que creía ser una gran
dificultad diciendo que, si estando toda la noche pescando, que es cuando mejor
puede hacerse, y no habían pescado nada ¿qué iban a
coger entonces?
Sin embargo confía
en Jesús y dice: “pero, ya que lo dices tú, echaré las redes”. Esta es una gran
virtud necesaria para todo apóstol: la confianza en el Señor. En ese momento
san Pedro se fía más de la palabra de Jesús que de la lógica de la situación.
Muchas veces podemos experimentar que Dios nos desorienta con su manera de
actuar. Ya había dicho el profeta: “Los pensamientos de Dios no son los
nuestros, ni sus caminos son nuestros caminos”. Allí sobre pesca, la hora y las
condiciones, Pedro es el experto; pero se fía de Jesús. En la vida del espíritu
los frutos no dependen de nuestras fuerzas, aunque Dios quiere que colaboremos.
La principal colaboración muchas veces será arrojarnos en las manos de Dios.
Eso ya es un milagro. Por eso entonces el confiar de san Pedro fue el gran milagro.
Luego vinieron los peces.
Ante el milagro
viene el asombro y el temor en Pedro y los demás compañeros. Ante la grandeza
de Jesús, se siente pecador, indigno de estar a su lado. Esta es una buena
cualidad del apóstol ante la llamada de Dios. Hoy en la primera lectura, en
otro ambiente: en el templo, en una gran liturgia, se presenta el Señor para
llamar a Isaías. Ante la grandeza del Señor se siente indigno y “de labios
impuros”. Esta sinceridad agrada a Dios para confiar algo grande, como agradó
la humildad de su madre María. Era la disponibilidad que quería Jesús en Pedro
y sus compañeros. Era como la disposición que manifestó el profeta Isaías al
decir: “Aquí estoy, mándame”. Es la disposición que quiere Jesús hoy de cada
uno de nosotros, si desde el fondo de nuestro corazón podemos decir: “Aquí
estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
Ahora Jesús confía
a Pedro su misión: “En adelante serás pescador de hombres”. Significa que en
adelante se va a preocupar por distribuir la salvación de Jesús por los
hombres. Dios respeta la libertad de los seres humanos; pero el apóstol debe
anunciar generosamente la palabra de Dios, dejando el fruto a la virtud de esa
misma palabra, o sea, al don del Espíritu Santo unido a la libertad humana.
Desde ese momento Pedro y sus compañeros “siguieron a Jesús”. Esto requería
dejarlo todo, familia y trabajo, para ir aprendiendo este seguimiento cada vez
más total del corazón.