5ª semana del tiempo ordinario. Jueves: Mc 7, 24-30

Jesús acababa de tener algunas discusiones con los fariseos y se marcha al extranjero, a la región de Tiro y Sidón. Es muy posible que san Marcos, al narrar esta parte del evangelio tuviera en cuenta un problema que había en la primitiva comunidad: para algunos era difícil aceptar la incorporación de los paganos al Evangelio. Jesús había manifestado que había venido a predicar en Israel. Y a los apóstoles les dijo primeramente que predicasen en los pueblos de Israel. Pero el mismo Jesús, que era verdadero hombre, y que siempre crecía en gracia y sabiduría, tuvo que ir adquiriendo más conciencia de que no sólo era el Mesías esperado por Israel, como había aprendido desde niño y por el ambiente, sino que era el salvador para toda la humanidad, porque todos le esperaban en la oscuridad. Era muy importante dar este mensaje en el evangelio: que la salvación no es algo exclusivo del pueblo judío, porque para la salvación lo que cuenta no es la raza sino la disposición de cada persona.

Comienza el suceso con algo un poco raro: “no queriendo ser conocido, entró en una casa”. ¿Qué casa era? Porque si era de una familia del lugar, no judía y sin religión, estaba rompiendo una especie de tabú que tenían los judíos sobre impurezas con los otros pueblos. ¿Sería algún conocido? Parece que fue allí para estar más a solas con los discípulos y así poderles instruir mejor. Pero no puede pasar inadvertido. Una mujer de aquella región, que había oído hablar antes de Jesús y sus “poderes”, pone en él su confianza, ya que su hija tiene un espíritu impuro. Ya sabemos que esto significaba el hecho de tener una enfermedad un poco rara, cuyo origen no se conocía.

Lo grandioso de este evangelio es que pone a una mujer pagana como modelo de fe. Ella no tiene complejos o prejuicios de cultos o de razas. Sólo mira al hombre bueno, quien le puede ayudar, y se postra a sus pies pidiéndole por la salud de su hija. Las palabras que Jesús dirige a la mujer nos parecen duras. Le viene a decir que los judíos son los hijos, mientras que los paganos son los perros. Las frases, para poderlas interpretar, hay que atender a lo que significan en el ambiente y cultura en que están pronunciadas y sobre todo en el tono de voz y sentimientos, que veremos por los efectos. Para la cultura de entonces era normal o usual llamar perros a los extranjeros. Aun más, entre los judíos esa palabra significaba: “apartado de Dios”. Entre nosotros hay familias donde al perro se le estima y quiere por lo menos como a un hijo.

Jesús usó la manera de hablar normal. Pero lo importante es el tono de voz y los sentimientos. ¡Con qué tono de voz lo diría Jesús! ¡Qué cariño pondría Jesús en la frase que aquella mujer, en vez de sentirse dolorida o avergonzada, se siente con mayor confianza y familiaridad y le responde usando el mismo lenguaje! Une dos cualidades importantes en la oración: la humildad y la confianza: “También los perros (o los perrillos) comen de las migajas de los hijos”. Tanta confianza muestra la frase, juntamente con la humildad, que Jesús al momento le concedió lo que pedía.

 A veces hacemos un plan, pero si vemos que por la caridad o por los sentimientos de alguien hay que cambiarlo, no lo dudemos, porque ahí está la voluntad de Dios. Aquella mujer es un ejemplo de preocupación por los hijos y sobre todo de oración humilde, confiada y perseverante. Toda la conversación era como una parábola viviente para enseñar a la primitiva comunidad que el pan de la palabra, que muchos creían estaba reservado para los judíos, estaba también destinado para que los paganos participen de él. A veces nos puede pasar a nosotros que creemos ser alguno indigno. Cierto es que hay personas tan deshumanizadas que para recibir los dones de la gracia, tendrán que empezar por humanizarse. Pero nosotros, que hemos tenido tantas gracias de Dios, que nos sentimos que comemos en la mesa del Señor como hijos, apreciemos cada vez más estos signos de bondad y hagamos lo posible para que todos, los extraños a la fe, puedan recibir, como hijos, la caricia de Dios Padre.