6ª semana del tiempo
ordinario. Domingo C: Lc 6, 17.20-26
Acababa san Lucas
de contarnos la elección de los doce apóstoles. Ahora ya ante ellos y con una
gran multitud de gente que le sigue va a hacer la proclamación de las
bienaventuranzas. Sabemos que san Mateo nos trae ocho bienaventuranzas y san
Lucas sólo cuatro, aunque contrastadas con la parte opuesta que podemos llamar
malaventuranzas. Quizá Jesús habló de unas y de otras en diversos momentos. Los
evangelistas escogieron las que mejor les venía para su catequesis. Las ocho
más conocidas de san Mateo son actitudes necesarias para quien quiera ser
discípulo de Jesús. Las que hoy leemos, según san Lucas, son más bien como
preámbulo o situaciones más aptas para recibir los mensajes de Jesús y poder
ser discípulo suyo.
Jesús mira a sus
discípulos y a la mayoría de la gente, que son pobres, y les llama “felices”,
precisamente porque siendo pobres pueden recibir mejor sus mensajes. Se trata
de una pobreza real, aunque en perspectiva está el sentido bíblico de “pobre de
Yahveh”, que es quien confía en Dios. Lo mismo que al decir “rico” parece que
incluye lo que ya habían dicho algunos profetas que son los que sólo piensan en
sí mismos y son menos solidarios que los pobres. En realidad, las bienaventuranzas
de san Mateo (“bienaventurados los pobres de espíritu”) podría ser una
explicación de lo primero, que alguna vez haría el mismo Jesús. Sin embargo,
aquí habla de los pobres de verdad.
No quiere decir
Jesús que son dichosos los pobres sólo por el hecho de no tener dinero, y menos
los que lloran sólo porque lloran o los que tienen hambre. Jesús, como
Jesús nos enseña,
antes de darnos sus mensajes de salvación, que la situación de pobreza es mucho
mejor que la de riqueza. Jesús tampoco condena a los ricos. No son propiamente
maldiciones, sino lamentaciones, al estilo de alguno de los profetas. Por eso
es un signo de amor de Dios también hacia los ricos, porque Dios ama a todos.
Aquí Dios, con todo su amor, se lamenta de que una persona sea rica, porque le
va a ser muy difícil apreciar y aceptar los mensajes de salvación. Por lo tanto,
para esa persona sus riquezas son una señal de muerte y lo que quiere Jesús es
“que se convierta y viva”. Parecido a lo que quiere de un pecador.
Por eso aspirar a
ser rico no es cosa buena, según Jesús. Ya sabemos que no es lo que piensa la
gente; pero muchas veces dijo Jesús cosas que van contra lo que piensa la gente
mundana. Así decía: “el que quiera salvar su vida la perderá; quien quiera ser
ensalzado, debe humillarse; quien quiera ser grande, debe ser servidor...” Si
nosotros no lo sentimos así, es que no somos verdaderos discípulos de Jesús,
por mucho que asistamos a la iglesia o participemos en actos religiosos.
Cuando se habla de
aceptar la pobreza o de amarla, no es incitar a la pereza ni a la resignación,
sino de amarla como una virtud. También hay que tener en cuenta que pobreza en
cristiano no es lo mismo que miseria, que hay que superar en cuanto sea posible.
La pobreza como virtud no es sólo aceptar lo irremediable. Es saber que nos
parecemos más a Jesucristo, que siendo Dios se hizo pobre por nosotros. Y es
saber que nuestro corazón está más apto para llenarse de Dios. Para que un
corazón se llene de Dios, debe vaciarse de otros dioses, entre los cuales está
el dinero.
Todos buscamos la
felicidad, pero muchas veces la queremos buscar por caminos equivocados. Lo
importante es sentir que el corazón está lleno y que nuestra vida tiene
sentido. Para ello debemos llenarla de amor y de todo lo que nos dicen los
mensajes de Jesús. Seguir las bienaventuranzas es preparar el corazón para que,
como nos dice la 4ª de hoy, podamos ser testimonio de Jesucristo.