IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
QUERER IGNORAR EL MIEDO, PUBLICITAR LA CAUSA
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- Respecto a la muerte humana he
ido viviendo durante mi vida diversas actitudes. En mi niñez era consecuencia
de la guerra civil que sufrimos en las tierras por las que fui viviendo. No
recuerdo que se comentara en familia este suceso. Morían algunos, mataban
otros. Nada se discutía, al menos en mi presencia. Más tarde sí y a los
comentarios sucedía el miedo. Tengo muy fija la imagen del primer difunto que
vi, un sacerdote para mí desconocido.
2.- La muerte, generalmente, era un
acontecimiento familiar. Recuerdo muy bien la de mi padre, rodeado de sus
familiares próximos, esposa e hijos y hermanos, los últimos venidos de lejos.
Me consoló el himno litúrgico Ubi Charitas
et Amor, Deus ibi est
(donde hay caridad y Amor allí esta Dios). Sufrí su pérdida. La última
conversación tenida se refería a como deseaba que me comportara como sacerdote.
Nunca lo he olvidado. La muerte es un sacramental para los que vivimos en la
Fe, nunca la he considerado con indiferencia.
3.- Me sorprendió cuando me
contaron el proceder de cierto país centroeuropeo. Instalado el enfermo
terminal en un hospital, de cuando en cuando una enfermera vigilaba su
situación. La familia podía coincidir o no. lo importante es que no sufriera.
Al cabo de los años me comentaba un científico amigo, que en EEUU no se hablaba
entre amigos de la muerte. Era una realidad que se suponía, pero no se
comentaba, como cuando uno sale a satisfacer una necesidad fisiológica, que no
es necesario dar explicaciones.
4.- Doy cuenta de la realidad en la
que vivo, la más frecuente, pienso yo, de nuestra cultura. Termina la vida en
el hospital y se traslada al difunto al tanatorio. Allí se cumple, en la
mayoría de los casos, el compromiso de dar el pésame. Visitas, firmar, flores…
si alguna conversación existe se refiere a si el difunto ha sufrido durante sus
últimos momentos. Si existe ceremonia religiosa puede celebrarse en el mismo
tanatorio o en el cementerio. La alocución del que le toca hacerla sea entierro
civil o profano, acostumbra a consistir en recordar las cualidades del difunto
y poca cosa más, pese a que las normas litúrgicas señalen que la homilía no
debe parecerse a una “oración fúnebre” sino más bien una reflexión basada en
contenidos cristianos.
5.- Las preocupaciones de los
cristianos de Corinto, mis queridos jóvenes lectores, eran muy otras y, creo
yo, más acertadas que las nuestras. Reflexionaban y se preguntaban sobre la
realidad posterior al fallecimiento. Aparentemente la muerte de un humano
semejaba a la de un animal y algunos, por lo que refiere Pablo, creían que
suponía la extinción total. Aparentemente lo es. Pero el hombre, además de
observar, debe reflexionar. Y en este campo, como en tantos otros, referirlo a
Cristo.
6.- Le Fe no es una contenido
cerebral, almacenado en el complejo electroquímico de las neuronas, ni un
principio matemático, o un resultado científico, fruto de la experimentación.
La Fe es una adhesión al Señor Resucitado, que es un avanzado, un
portaestandarte, que nos introduce en la Eternidad trascendente. Más bien es
aquel que, rotas las ataduras del espacio/tiempo, existe en la libertad de su
realidad divina. Este principio nos incorpora al cambio. La muerte no nos
conduce a ningún lugar. Si en nuestra existencia histórica le hemos sido fieles,
en la eterna gozaremos de su compañía.
7.- Mis queridos jóvenes lectores,
cada acto de terrorismo, cada asesinato consecuencia de odio o crimen de
género, cada final de enfermedad o consecuencia de accidente debe exigirnos una
reflexión profunda. Tanto si al que muere le hemos conocido y amado mucho, como
si se trata de un inocente anónimo. Cristo murió y resucito por él. Cualquier
muerte considerada así, nunca nos debe dejar indiferentes.
8.- Jeremías fue un profeta
apasionado. Consideradas sus palabras al pie de la letra y fríamente, ofenden
nuestros criterios antropológicos. Por hoy no quiero detenerme. Considerad la
mitad del enunciado “bendito en el que confía en el Señor y pone en el Señor su
confianza” no asevera. Iba a deciros: maldito aquel que hace unos días me
estafó. Maldito el que no hace mucho, consiguió dinero mío, sin intención de
devolvérmelo, me dio un sablazo que desequilibró mi economía… pero no lo digo.
Pienso más bien en su pobreza espiritual, el Amor que de Dios he recibido me
impediría comportarme como ellos. De aquí que en su comportamiento, pese a que
a mí me perjudique, me descubre que el mucho Amor que he recibido me impide
comportarse como ellos y doy gracias a Dios, sin afligirme, ni preocuparme de
recordar el importe perdido.
9.- Solo se me ocurre añadiros lo
que sinceramente pienso, en este asunto y en los demás. Se trata del salmo 15:
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; / mi suerte está en tu mano: /me
ha tocado un lote hermoso, / me encanta mi heredad. /Bendeciré al Señor, que me
aconseja, / hasta de noche me instruye internamente. / Tengo siempre presente
al Señor, / con él a mi derecha no vacilaré. / Por eso se me alegra el corazón,
/ se gozan mis entrañas, / y mi carne descansa serena. / Porque no me entregarás
a la muerte, / ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. / Me enseñarás el
sendero de la vida, / me saciarás de gozo en tu presencia, / de alegría
perpetua a tu derecha.
El contenido de la lectura
evangélica, las bienaventuranzas, es sublime. Entusiasma a orientales y a
islámicos. Apasiona a todo hombre de bien. Lo dejo para otro día, o tal vez
mejor, deciros que no necesita ninguna explicación mía.