Encuentros con la Palabra
Domingo XXII Ordinario – Ciclo A (Mateo 16, 21-27)
“¡Apártate de mi Satanás!”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
¿Quién no quiere realizarse como persona? ¿Quién no busca, por todos los medios, su
plenitud? ¿Quién no aspira a ser feliz? El carbón o el estaño, el naranjo o la margarita, la
vaca o el ciervo, no necesitan preocuparse por su realización; están programados para
cumplir su meta. Si encuentran las condiciones necesarias, serán lo que tienen que ser y
ya está... Pero nosotros... Nosotros somos otro cuento… La realización no nos llega
automáticamente, sino que tenemos que construirla paso a paso, escalón tras escalón. El
camino de los hombres y las mujeres „se hace al andar‟, decía el poeta andaluz y cantaba
el juglar catalán… no encontramos hecho el camino, lo tenemos que hacer.
Pero, ¿cuál es el camino que nos lleva a desplegar todas nuestras potencialidades?
¿Cómo llegar a ser auténticamente humanos? ¿Cómo llegar a ser plenamente felices? La
familia, con muy buenas intenciones, pero no siempre de manera acertada, nos advierte
sobre las ventajas y los peligros de una u otra opción profesional, matrimonial,
existencial... Los amigos y amigas nos aconsejan, muchas veces de acuerdo a su propia
experiencia, por dónde debemos seguir... La sociedad, a través de los medios de
comunicación y la publicidad, nos señala senderos de plenitud y felicidad, que terminan
siendo sólo realidad de novela o alegrías de cartón... Todos quieren ayudarnos a
encontrar el secreto de la felicidad.
Sin embargo, a casi nadie se le ocurre decirnos que para encontrar la vida, tenemos que
perderla. ¡Qué locura! ¡Cómo se te ocurre! ¡Estás loco! Como Pedro, cuando escuchó a
Jesús diciendo que “tendría que ir a Jerusalén, y que los ancianos, los jefes de los
sacerdotes y los maestros de la ley lo harían sufrir mucho”, nuestros seres queridos,
nuestros amigos, la sociedad entera nos lleva aparte y nos reprende: “¡Dios no lo quiera
(...)! ¡Esto no puede pasar!”
La reacción de Jesús es tal vez la expresión más fuerte que haya dirigido a ningún ser
humano; a los fariseos los llamó “raza de víboras”; a los escribas les dijo “sepulcros
blanqueados”; a Pedro le dice: “¡Apártate de mí Satanás, pues eres un tropiezo para mí!
Tu no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres”. Poco antes Lo
había llamado dichoso (...) porque esto no lo conociste por medios humanos, sino porque
te lo reveló mi Padre que está en el cielo”.
El camino de la felicidad es el despojo de nosotros mismos y de nuestras seguridades: “Si
alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía,
la encontrará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?”
¿En qué dirección va la búsqueda de nuestra plenitud? ¿Hacia dónde caminamos cuando
aspiramos a realizarnos en la vida? ¿Dónde buscamos la felicidad? Este camino que nos
señala el Señor es el único que nos podrá llevar al desarrollo pleno de todas nuestras
potencialidades. A los otros planes y proyectos, habrá que decirles con sencillez, pero con
decisión: “¡Apártate de mi Satanás!”
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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