TODO ES GRACIA
(DOMINGO XXV T.O, Ciclo A)
18 septiembre 2005
"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos
se parece a un propietario que, al amanecer, salió a contratar jornaleros para su
viña... Salió otra vez a media mañana... Salió de nuevo hacia mediodía y a media
tarde... Salió al caer la tarde... Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: Llama a
los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los
primeros. Vinieron los del atardecer, y recibieron un denario cada uno. Cuando
llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron
un denario cada uno..." (Mt 20,1-10)
Todo es gracia, Es una frase que hemos oído muchas veces. Y que define
perfectamente la relación de Dios con el hombre, si se entiende bien.
¡Tantas veces pensamos que somos nosotros los que determinamos lo referido a la
historia de la salvación! Por eso, nos contraría tanto que las cosas no sucedan como
nosotros queremos. Hasta el punto de alejarnos de Dios, por la única razón de que
no nos dé la razón.
Necesitamos convencernos de esta verdad fundamental: Dios tiene siempre la
iniciativa. La salvación no es fruto de nuestro deseo ni de nuestro esfuerzo. El ser
humano ha sido tocado por Dios, que libre y salvadoramente le ha salido al
encuentro. Sin mérito alguno de nuestra parte. La salvación es un puro regalo, es
un don, es gracia.
Es verdad que, a la postre, por el respeto que Dios nos tiene, depende también de
nuestra aceptación. Pero, al fin, regalo.
Por eso, no podemos exigir nada en este terreno. Todo lo que se nos dé será
indebido y no exigible. Todo deberá ser objeto de agradecimiento. Y nunca motivo
de envidia, al comprarnos con los demás. Entre otras cosas, porque, también en
esto, nuestra manera de apreciar y de enjuiciar las cosas no siempre es correcta.
¡Qué aleccionadora es en esto la parábola evangélica!
Por eso, más que mirar lo que, según nosotros, nos falta, tendríamos que
contemplar con repaso agradecido tanto como hemos recibido. Comenzando por la
vida misma, pero sin olvidar las circunstancias que la rodean. No estaría mal este
ejercicio: repasando momentos, personas, cosas... Todo (¡tanto!), puro regalo de
Dios. Y siguiendo con la misma salvación que se nos da en Jesucristo: la Iglesia, los
sacramentos... ¿O no vemos diferencias a nuestro favor si es que queremos
compararnos con otros?
Miguel Esparza Fernández