LA FE ES COHERENCIA DE VIDA
(Domingo XXVI T.O. Ciclo A)
29 septiembre 2002
"Sí, Padre. Pero no fue... No. Pero fue". (Mt 21,28-32)
Se nos habla de un cambio de actitud. Se pasa de un sí a un no, y viceversa. En el
primer caso, al ir de bien a mal, hablamos de pecado: se deja de hacer aquello que
se debería hacer. En el segundo caso, al ir de mal a bien, se habla de conversión:
se empieza a hacer aquello que no debería haberse dejado nunca. El pecado y la
conversión son, pues, dos actitudes que se corresponden.
La parábola no entra en detalles. Pero manifiesta claramente que, en la comunidad
eclesial, existe el pecado. Y, en lo poco que nos dice, lo concreta en la falta de
coherencia entre las palabras y las obras. No se corresponde la apariencia con la
vida.
Creo que es exactamente lo que nos sucede, aún hoy, a nosotros: mantenemos una
serie de comportamientos externos, que parecerían indicar una realidad más
profunda y auténtica, que, sin embargo, no se da en nosotros. Podríamos afirmar,
sin temor a equivocarnos, que la fe no llega a tocar nuestra vida.
Eso, mirándonos individualmente. Si nos fijamos en nuestras comunidades, sucede
exactamente lo mismo: hay mucho de inercia, de rutina, de cosas repetidas y
mantenidas por la fuerza del tiempo o de la costumbre... y poco más.
Esto hace que nuestro testimonio, personal y colectivo, es decir, la relación de
nuestra fe con el ambiente que nos rodea, sea pobre y, muchas veces, nulo,
cuando no contrario a lo que es la teoría de nuestra fe.
Se impone, pues, la conversión:
*en lo personal, ¿no deberíamos revisarnos para ver si, en nuestra relación con
Dios, somos personas realmente orantes, para ver si los sacramentos suponen un
encuentro personal con el Dios salvadoramente vivo para nosotros hoy, para ver si
mantenemos el esfuerzo continuado y diario de formación como creyentes que
quieren dar respuesta de su fe, para ver si nuestra adhesión a la comunidad eclesial
es afectiva y efectiva, para ver si nuestra vida es testimonio coherente y atrayente
para los que nos rodean...?
*en lo pastoral, ¿no deberíamos revisar los modos utilizados en nuestras
comunidades, para ver si estamos quedándonos siempre en los mismos, para ver
cómo podríamos llegar a todos aquellos que decimos están alejados de la Iglesia y
del Evangelio, para ver la manera de confrontar y compaginar nuestra fe con la
cultura de nuestro tiempo...?
*en nuestra relación, personal y comunitaria, con el ambiente, ¿no deberíamos
revisar nuestro compromiso con el hombre de hoy, para ver si estamos
compartiendo sus alegrías y sus gozos, sus penas y sus angustias, para ver si
estamos colaborando a disminuir tanto sufrimiento y dolor y hambre y
desigualdades...?
Ser creyente es una vida que no puede, por tanto, quedar sólo en palabras, sino
que debe pasar a los comportamientos. Ser creyente es una vida, y esta o se
mantiene cada día o se muere, y no puede, por tanto, creerse conseguida, de una
vez para siempre, el día del bautismo o de la primera comunión. Ser creyente es
una vida que debe mantener necesariamente su interés y compromiso con los
demás, y, entonces, o se compromete con ellos, o empieza a ser otra cosa, que no
puede llamarse más que egoísmo.
Miguel Esparza Fernández