Ciclo A. Fiesta. XXII Domingo del Tiempo Ordinario
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos:
El evangelio de hoy (Mt 16,21-27) es continuación del evangelio del domingo pasado (Mt 16,13-
20), y no se lo entiende bien si no se lo tiene en cuenta. Ambos forman un todo, cuya bisagra es
el llamado “secreto mesiánico”, con el que se cerró el evangelio anterior:
no comenten con
nadie que soy el Mesías,
les ordenó Jesús. Y a partir de este momento, empezó a hablarles
abiertamente de lo que Le esperaba (les esperaba) en Jerusalem:
Su pasión, muerte y
resurrección.
Un Mesías humillado, ultrajado, condenado a muerte y crucificado, es lo último
que se les podía ocurrir a los judíos -y era lo último que el Diablo estaba dispuesto a esperar del
Mesías. Por ello Jesús nunca habló de sí mismo como Mesías y siempre mandó guardar silencio
a quienes favoreció con algún milagro (Lc 4,41; 5,14; Mt 17,9).
¿Por qué Jesús se animó y
decidió a hablar en este momento de lo que le iba a pasar y de cómo iba a morir?
Jesús se decidió a hablar de su pasión y muerte, porque una vez
fundada Su iglesia (Mt 16, 18)
sintió más seguro el futuro de su Misión
. Cuando Él partiera, su Misión la continuarían los
apóstoles constituidos en iglesia. Su elección, de entre los muchos discípulos y seguidores, y su
ulterior preparación, le había costado muchas noches de oración y muchos días de discernimiento
y trabajo (Mc 3, 13-15). Pero ahí estaban ellos y las respuestas que habían dado a sus preguntas
mostraban que, pese a todo, eran los indicados y que con ellos podría formar su iglesia. Hasta el
Padre Dios le había dado su ayudita mostrándole quién le gustaría que fuese el soporte y la
autoridad de la misma: Simón, a quien por eso mismo le cambió el nombre llamándolo Pedro
(=piedra, roca).
Los doce eran ya su iglesia o comunidad organizada, con Pedro a la cabeza.
Jesús podía partir ya en paz, pues, como les dije arriba, el futuro de su Misión estaba asegurado.
Es cuando Jesús les anunció lo de ir a Jerusalén donde le esperaba la muerte. Para los apóstoles,
que estaban felices por haber sido constituidos en
la iglesia del Señor
, el anuncio les cayó peor
que un jarro de agua fría. El primero en reaccionar fue Pedro:
¡no lo permita Dios!
, le dijo,
pensando en las conveniencias humanas más que en las divinas. Se lo dijo Pedro, pero se lo
decimos también y a cada rato nosotros.
¡Paradójica la condición humana! En cuestión de
minutos
somos capaces de
pasar de ser oráculo de Dios a oráculo del Diablo
. Pero el anuncio
de Jesús sobre su pasión y muerte no había terminado.
Le faltaba decir que lo mismo esperaba
a la iglesia recién fundada y a cada uno de sus seguidores.
Es quizás el pronunciamiento más
patético de Jesús. Veamos los puntos principales.
Quien quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga.
Quien egoístamente se interese sólo por su vida, va a perderla; pero quien con
generosidad se olvide de sí mismo por los demás, va a salvarla.
¡De le qué sirve a uno ganar el mundo entero si al final pierde su vida?
Jesús. el Señor, volverá y pagará a cada uno según su comportamiento.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)