Domingo Vigésimo Tercero del Tiempo Ordinario A
“Si tu hermano peca, repréndelo a solas”
Los tres textos de la liturgia de la Palabra de este domingo se inscriben en esta
línea general: la preocupación por el hermano, como una versión del mandato del
amor al prójimo.
Todos, con facilidad, nos equivocamos en la vida, metemos la pata, hacemos cosas
que pueden dañar a los demás, pecamos. Cuando es cosa propia, tratamos de
disimular y disculparnos. Cuando es el otro quien se ha equivocado, ha obrado mal,
lo comentamos y caemos en la crítica fácil. Esta manera de proceder mina la
convivencia, levanta barreras creando un ambiente hostil de separación y enfado.
Es una falta de comprensión y de caridad al poner al otro en boca de todos.
El amor fraterno lo hemos reducido a hacer el bien a los demás, entregarse, vivir a
favor de los demás, construir un mundo más justo. Todo esto está bien, pero no es,
solo, lo que nos dice la Palabra de Dios No basta con esta exactitud benévola hacia
nuestro hermano. El amor cristiano va más allá. Es preciso llegar a sentirse
corresponsable de sus éxitos o sus fracasos. El profeta Ezequiel se siente
interpelado por Dios y hasta acusado de los pecados ajenos si no hace todo lo
posible por poner en guardia el “malvado” y cambie de conducta. Jesús, por su
parte, ante la equivocación del hermano, o su pecado, nos habla de la corrección
fraterna: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos”.
Para Jesús lo que cuenta es la recuperación del hermano, no solo hacerle ver que
está equivocado, o que merece castigo, o que hay que llamarlo al orden. La
corrección fraterna es consecuencia de que somos hermanos, todos hijos de Dios.
Se llama la atención, se reprende, porque se ama. La corrección fraterna no puede
ser un echar en cara, una humillación, un aparecer superior o mejor. Lo que, de
verdad, debe preocupar es el bien del hermano. Por eso verdad y caridad siempre
van juntas.
Como seguidores de Jesús, hemos de superar el individualismo. Todos somos
responsables unos de otros. Es la enseñanza básica del evangelio de este domingo.
Si somos hermanos no podemos desentendernos unos de otros. Debemos
reconocer que lo fácil es desentenderse o limitarse a una crítica insolidaria, a
espaldas del afectado. Debemos ayudarnos mutuamente a vivir como cristianos a
través del buen ejemplo, de un real testimonio de vida. Eso ayuda y estimula a
superarse, a cambiar y a arrepentirse. La mano tendida, el corazón abierto y la
palabra comprensiva y alentadora es lo que siempre debe encontrar en nosotros el
hermano que se equivoca y no obra bien.
Jesús nos invita a corregirnos y ayudarnos a ser mejores. A actuar con paciencia
acercándonos de manera personal y amistosa a quien está actuando de manera
equivocada Cuánto bien nos puede hacer a todos esa crítica amistosa y leal, esa
observación oportuna, ese apoyo sincero en el momento en que nos habíamos
desorientado. Todo hombre es capaz de salir de su pecado y volver a la razón y a la
bondad. Pero necesita con frecuencia encontrarse con alguien que le ame de
verdad, la invite a interrogarse y le contagie un deseo nuevo de verdad y
generosidad.
Para proceder así nuestra fe ha de ser viva y operante. Pero la fe no es asunto
puramente individual que cada uno ha de resolver en lo íntimo de su conciencia. La
fe necesita la vinculación a una comunidad creyente donde se alimenta y fortalece
compartiendo con los otros la misma esperanza en el Dios de Jesucristo. Es la
ocasión de vivir con realismo y humildad la presencia de Cristo en medio de los
creyentes: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos” (Mt 18,20). Presencia real que une, orienta, fortalece y purifica. Allí está El
a pesar de nuestra mediocridad, de nuestra rutina, pero buscando una superación,
una mayor fidelidad a Dios, una verdadera solidaridad de hermanos apoyados en
una súplica sencilla y confiada
Joaquin Obando Carvajal