Comentario al evangelio del Lunes 29 de Agosto del 2011
Queridos amigos:
Juan Bautista, como muchos otros profetas antes que él, es un «mártir de la verdad». A la gran mayoría
de los que ostentan el poder (político, económico, social, religioso incluso ...) no les resulta cómodo ir
con la verdad por delante y reconocer sus propios errores. Se les da mejor decir lo que la gente quiere
escuchar, lo que les conviene, tapar sus chanchullos y equivocaciones, decir hoy una cosa y mañana
otra con una explicación enredada que justifica (?) su «cambio de postura», o incluso negar que dijeron
lo que dijeron, o que fueron mal interpretados, o que la «oposición», los otros, quieren desestabilizar, o
contraatacan sacando los trapos sucios de los demás.
Al leer el Evangelio de hoy me acordaba de un párrafo de Javier Marías:
"Ya dije en otro momento que a una gran parte de la población mundial la verdad ha dejado de
importarle. Me temo que me quedé corto y que lo que ocurre es aún más grave: una gran parte de esa
población es ya incapaz de distinguir la verdad de la mentira, o, más exactamente, la verdad de la
ficción. Y por ello, el antiguo dicho español “Calumnia, que algo queda” ha perdido sentido y se oye
cada vez menos. Para empezar, si ustedes se fijan, el verbo “calumniar” se emplea ya rara vez, y hasta
su significado ha empezado a desvaírse y difuminarse, como suele ocurrir con los vocablos que
definen algo anómalo –un quebranto de la regla– cuando la anomalía pasa a ser normal y la regla. (Si
todo el mundo mintiera y además lo hiciera sin cargo de conciencia ni temor a las consecuencias, el
concepto mismo de mentira quedaría privado de sentido y ésta quedaría tan sólo, probablemente,
como “una forma más de ejercer la libertad de expresión: camino de ello vamos, no se crean.) Hoy el
dicho debería ser: “Calumnia, que nadie lo va a notar”, o “Calumnia, que tus calumnias acabarán
nivelándose con la verdad”.
En la época en que más medios hay para contrastar y verificar las informaciones, mayor es la
indistinción entre lo verdadero y lo falso, confundidos en una especie de magma, y cada vez va
teniendo menos sentido decir y saber la verdad. ¿Total, para qué, si ya casi pesa lo mismo que la
mentira y apenas cuenta?
Sí, parece que hoy la verdad está de capa caída. Y el reconocer lo que uno ha hecho mal y actuar en
consecuencia (por ejemplo renunciando al cargo, o compensando el error) cuesta a cualquiera. No es
plato de gusto que los periodistas, una ONG, algún medio independiente, alguien con reconocido
prestigio, denuncie las «informaciones» manipuladas sobre la crisis, el cambio climático, los pactos a
escondidas con los grupos de poder, la realidad social, los datos económicos...
Nos resulta muy fácil ver los errores, incoherencias y faltas de los demás... pero nos cuesta muchísimo
acoger, reconocer y aceptar a quien pone el dedo en la llaga y nos corrige. No son sólo los poderosos.
Nos pasa a todos. Y procuramos quitar de en medio (aunque no los matemos) a todos esos que ponen
en evidencia nuestra fragilidad. Los poderosos como Herodes y su familia, o como Anás, Caifás,
Pilatos y demás personajes de todos los tiempos son capaces de quitar de en medio al Bautista, a Jesús
de Nazareth o a quien sea, sin mayores escrúpulos. Incluso aludirán al bien de la humanidad, a los
intereses mayoritarios, de la empresa, de la Institución que sea ... o al «nombre de Dios».
Celebrar hoy, en este momento social, político, económico y religioso es celebrar, agradecer y apoyar a
los que no se rinden en su defensa de la verdad, a luchar todos contra la mentira... cuando, como decía
Javier Marías «ya casi pesa lo mismo la mentira y la verdad». ¡No puede ser así! ¿Al menos, los
cristianos, que decimos seguir al que es la Verdad.
Enrique Martínez, cmf