Comentario al evangelio del Miércoles 31 de Agosto del 2011
En la salud y en la enfermedad…
Seguimos en Cafarnaún, en la casa de Pedro, que probablemente fue también la casa de Jesús en esos
años. Él sigue atendiendo a todos los necesitados de curación, uno a uno. Desde la puesta del sol hasta
el amanecer. Jesús busca la soledad pero no por ello deja de atender a quienes le andan buscando. No
se ata a nada ni a nadie. No deja que nada ni nade le retenga. Sabe que la misión recibida es más
grande y no es suya. No le pertenece. Tampoco a nosotros, pero ¡qué difícil a veces!
Un detalle más: la suegra de Pedro, alguien de “la casa”, de la familia. Es bonito ver cómo su fiebre es
motivo de preocupación para los demás, hasta el punto de ser ellos quienes piden a Jesús que haga algo
por ella. Ojalá tengamos nosotros esa misma sensibilidad con los más cercanos, con el mal que sufren
“los de casa”. Ojalá el dolor de toda persona sea preocupación de la comunidad, de la Iglesia y nos sea
tan importante que no dudemos en suplicar la acción sanadora de Cristo. Quizá sólo entonces, la
sanación de los demás revierta en mayor servicio a la comunidad, como de inmediato hace la suegra de
Pedro. Si hacemos nuestros los dolores de los demás, ¿cómo no haremos también comunes nuestros
talentos, nuestra disponibilidad, nuestro deseo de servicio?
Que la exigencia de la misión, de tener que predicar por todos los lugares y atender todas las
necesidades de nuestro mundo, no sea nunca excusa para desentendernos de los dolores de los de casa
y dejar de ponernos también a su servicio.
Rosa Ruiz Aragoneses, rmi