Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Corrige sin equivocarte
Dentro de las obras de misericordia espirituales (C.I.C. 2447) está la de corregir al que
yerra, tarea poco grata porque te expones a quedar mal, pues a nadie le gusta que le señalen
sus errores. Ya lo dice el refrán: “El que dice verdades, pierde amistades”. También
abundan los chismosos que se pasan la vida metiéndose donde no les llaman. ¿Cuándo se
convierte la corrección en una obra de misericordia y cuándo es fruto de la superficialidad?
En el evangelio de este domingo Cristo dice a sus discípulos: “Si tu hermano comete un
pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado su alma. Si no te hace caso,
hazte acompañar de una o dos personas para que todo lo que se diga conste por boca de dos
testigos. Pero si ni así hace caso, apártate de él como si fuera un pagano” (Mt 18,15).
La corrección fraterna nace del amor y la verdad, del procurar con rectitud de intención el
bien del prójimo; no nace del orgullo ni de la soberbia. Se trata de iluminar con la luz del
bien a la otra persona para que reconozca por sí misma sus errores y cambie libremente de
conducta. Por lo tanto no se trata de imponerse arbitrariamente o de hacer prevalecer la
propia opinión. Para corregir se necesita, además, mucha humildad y tacto humano si se
quiere lograr el efecto esperado.
Si la persona no quiere apartarse del mal y es obcecado y pertinaz, es mejor alejarse de ella
para que no se conviertan en ocasión de tropiezo. Orar por ellos y confiar en Dios, que
como buen padre y maestro sabrá aprovechar los golpes que nos da la vida para hacerlo
recapacitar. Este proceso se repite muchas veces, pues Dios no abandona a la oveja perdida
ni se da por vencido.
Conviene aprender el arte de la corrección con espíritu evangélico pues todos lo realizamos
en la práctica: los padres con los hijos, los profesores en el colegio, los jefes en el trabajo,
etcétera. Primero: jamás reprendas enojado o enfadado, porque todo lo que hagas o digas
provocará resquemor y la persona se sentirá herida. Segundo: corrige en el momento
adecuado y evita hacerlo en público. Recuerda que siempre hay tiempo para corregir, pero
lo hecho es irreversible. Tercero: señala el principio, norma o precepto que el otro está
infringiendo, de este modo escaparás del subjetivismo. Cuarto: utiliza las palabras
adecuadas sin agraviar ni exagerar. Quinto: las correcciones tienen que ser proporcionales,
pues mal harías creando un escándalo por cosas pequeñas. Por último, cuando reprendas
hazlo con tal bondad que la otra persona te lo agradezca toda la vida.
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