XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
La relación fraterna en la Iglesia
El texto evangélico de este domingo (Mt 18,15-20) forma parte del cuarto discurso
de Jesús en el primer evangelio, dedicado a las instrucciones básicas que deben
orientar las relaciones en el interior de la comunidad eclesial. Jesús enseña que la
verdadera grandeza consiste en rebajarse ante los demás haciéndose como niños,
que es necesario cortar por lo sano con todo que lo supone un escándalo en la vida
de la Iglesia, y que es preciso acoger a los más pequeños y no dar por perdido
nunca a ninguno de ellos, pues la alegría de encontrar a la oveja extraviada es
incomparable con la habitual de la vida cristiana. Mateo incorpora además nuevas
enseñanzas de Jesús, que sólo aparecen en este evangelio e introduce el concepto
de “hermano” como clave de la relación intraeclesial. Fundamentado en la vivencia
de Dios en cuanto Padre, la descripción de la relación fraterna aborda tres
cuestiones básicas y distintivas de la vida cristiana: la corrección fraterna, la
petición comunitaria y el perdón, como cénit de la identidad cristiana. Al tema del
perdón está dedicado el final del discurso (Mt 18,21-35) que recuerda la
permanente capacidad de los cristianos para perdonar siempre.
En el fragmento del evangelio dominical la enseñanza de Jesús destaca la
corrección fraterna y la petición comunitaria a Dios Padre. La Iglesia de Jesús se
construye mediante vínculos fraternales de igualdad. La mejor categoría para
denominar esta comunidad es la fraternidad como aparece en 1 Pe 2,17; 5,9.
Además, Jesús, como hermano de todos e identificado especialmente con los que
sufren (Mt 25,35-36), se hace el servidor de todos hasta dar la vida en la cruz y
encabeza así la nueva fraternidad humana, de la cual la Iglesia ha de ser el más
vivo fermento. La fraternidad que Jesús crea con los sufrientes es la que se hace
patente también en la comunidad eclesial. El mismo Señor que está presente en
cada uno de los hermanos más pequeños, los que sufren, es el que está en medio
de los que se reúnen en su nombre.
Sin embargo, la fraternidad cristiana es tal en virtud de pertenecer a la familia de
Dios Padre, ante el cual no puede haber ninguna connivencia con el mal, ninguna
permisividad respecto al pecado y ninguna condescendencia de favoritismo basada
en el vínculo fraterno o familiar; más bien, todo lo contrario; por responsabilidad en
la administración de los dones recibidos del mismo Padre, por solidaridad
corresponsable con el hermano, por puro y auténtico amor al hermano, en el
interior de la comunidad cristiana, debe darse la corrección fraterna. Ésta no es un
juicio emitido contra el hermano, ni una crítica destructiva, sino el ejercicio del
amor en la confrontación con el mal que afecta al hermano. El amor auténtico se
goza en la verdad, no hace guiños a la mentira ni a la corrupción y sólo busca
ganarse al hermano, mediante la palabra convincente, para restablecer la armonía
en el amor del Padre. Jesús enseña también cómo debe hacerse la corrección
fraterna; primero en diálogo personal y privado, pues la palabra intercambiada es
creadora de una relación nueva entre los hermanos, ya que nace del
reconocimiento y de la valoración del otro como un don de Dios en la vida propia; y
después, si la corrección no ha sido escuchada o aceptada, la comunidad eclesial,
en la que siempre está presente Jesús, ha de encontrar la solución adecuada
buscando siempre el bien y la verdad, es decir, el reinado de Dios y su justicia. La
potestad para discernir y corregir ha sido concedida a la comunidad eclesial con el
fin de mantener vivo el espíritu de la fraternidad. La plegaria dirigida al Padre con
este espíritu siempre será escuchada.
José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.