Ciclo A. XXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M..
El evangelio del día de hoy nos muestra la capacidad de perdón y de misericordia
que el Señor tiene para con quien se ha alejado de Él por medio del pecado. Jesús
nos ha dicho que no ha venido a juzgar sino a salvar (Jn. 12, 44-50), “que es el
enfermo quien necesita de médico (Mc. 2, 17) y sale a buscar a la oveja extraviada
(Lc. 15,1).
El amor es la actitud esencial de nuestra vivencia cristiana y una de sus
manifestaciones fundamentales se exterioriza desde el perdón . San Mateo
nos define el comportamiento que ha de tener cada persona y la comunidad
cristiana con un miembro pecador: que no se desentienda de él; que le ayude; que
le llame al perdón y a la corrección fraterna; que actúe con la persona tratando de
ayudarle para que supere sus vacíos y desánimos interiores y crezca en madurez
progresiva e integración en la comunidad. El perdón supone acogida,
aceptación y generosidad . No es transigir con el mal sino mantener un diálogo
permanente y persuasivo que lleve a las personas enfrentadas hacia la tolerancia y
la reconciliación.
Para que el perdón tenga el efecto de la acogida y del amor debemos practicar la
corrección fraterna. Implica esta actitud un esfuerzo de acercamiento a la
persona que ofende con su comportamiento, de palabra o de obra, a otra persona o
la comunidad. Lejos de murmurar, la actitud madura nos lleva a indicarle en qué
formas o proceder de la vida debe cambiar para mejorar en su propio proceder. La
corrección hay que practicarla cuidando las formas, el momento, las intenciones y
la ayuda que podemos prestar a quien necesita de nosotros. En la vida debemos
corregir y aceptar se corregidos. Nadie es perfecto; nuestra relación con Dios y con
los demás es mejorable. La sensibilidad, la humildad y la sinceridad serán criterios
fundamentales para vivir el espíritu de la corrección fraterna.
No puede pasar desapercibida la última frase del evangelio: “Donde estén dos o
tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo” (Mt. 18, 20). El verdadero creyente
comparte su fe con los demás en medio de la presencia del Señor. Para alcanzar el
perdón y la misericordia, el alimento espiritual de la oración, encuentro con el
Señor, nos dará la fuerza suficiente para vivir nuestra fe desde una relación
fraterna en el amor a Dios y a los hombres.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)