XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
EL RIESGO DE LA LIBERTAD
La Palabra: “Dejad que crezcan juntos el trigo y la mala hierba” (evangelio de Mt
13, 24-43).
1. Nuestros contemporáneos defienden con entusiasmo la libertad. Y con razón
pues hemos sido creados a imagen de Dios, y consiguientemente podemos y
debemos actuar como personas libres. Sin embargo, son también evidentes lo
desastres causados por el ejercicio de nuestra libertad. Si dejamos a un niño
pequeño que actúe según sus antojos, fácilmente acabará destruyéndose. Ya
trasladándonos al ámbito de la forma de producir y distribuir los recursos
económicos, falta la libertad para que cada uno sea creativo e invente, el desinterés
y la pasividad nos destruye a todos. Pero si no hay un control para que la
creatividad de cada uno respete y haga posible también que los demás actúen con
libertad, los más poderosos acaban comiéndose a los más débiles; la sana
competitividad acaba en rivalidad a muerte.
2. ¿Cómo articular el ejercicio de la libertad de modo que se satisfaga el derecho
de todos a ser libres y vivir con dignidad? Al interrogante han querido responder las
normas educativas buscando una ética válida para todos. En busca de una
respuesta, dos sistemas vienen teniendo especial relieve durante los dos últimos
siglos. Unos tratan de salvaguardar la incitativa y la libertad de cada uno en el
juego del mercado, pero a la hora de la verdad, los peces más grandes atan y se
comen a los más chicos. Otros destacan la igualdad fundamental de todos, pero con
peligro de matar la libertad e iniciativa que humanizan a las personas. La
experiencia histórica de pugna entre estos dos sistemas deja claro que algo básico
está fallando.
3. El fallo está en el “para qué de nuestra libertad”. Y a esta pregunta sólo puede
responder cada persona desde su propia conciencia. Si uno cree que es libre para
ser feliz aprovechándose y utilizando a los demás, no puede hacer causa común con
otro para quien el ejercicio de su libertad sólo le humaniza cuando está motivado
por el amor que siempre da vida. En el origen de las revoluciones, sus mentores
más lúcidos vieron la necesidad de que surgiera “el hombre nuevo”. La expresión
también se encuentra en el evangelio, donde este nuevo nacimiento es obra del
Espíritu cuya voz todos escuchamos en nuestra conciencia y a la cual cada uno
puede responder o silenciar. En el fondo se trata de una nueva mentalidad, de una
conversión dejada en manos de nuestra propia decisión. Según el evangelio de hoy
la libertad de cada persona puede ser acompañada y ayudada, pero nunca debe ser
suplida ni arrancada de raíz, incluso aunque se la considere como una mala hierba.
Fray Jesús Espeja, OP
Con permiso de Palabranueva.net