EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
XXIV Domingo del Tiempo Ordinario A
Libro de Eclesiástico 27,30.28,1-7.
También el rencor y la ira son abominables, y ambas cosas son patrimonio del
pecador.
El hombre vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de
todos sus pecados.
Perdona el agravio a tu prójimo y entonces, cuando ores, serán absueltos tus
pecados.
Si un hombre mantiene su enojo contra otro, ¿cómo pretende que el Señor lo sane?
No tiene piedad de un hombre semejante a él ¡y se atreve a implorar por sus
pecados!
El, un simple mortal, guarda rencor: ¿quién le perdonará sus pecados?
Acuérdate del fin, y deja de odiar; piensa en la corrupción y en la muerte, y sé fiel
a los mandamientos;
acuérdate de los mandamientos, y no guardes rencor a tu prójimo; piensa en la
Alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa.
Salmo 103(102),1-2.3-4.9-10.11-12.
De David. Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre;
bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios.
El perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias;
rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura;
no acusa de manera inapelable ni guarda rencor eternamente;
no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas.
Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor por los que lo
temen;
cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados.
Carta de San Pablo a los Romanos 14,7-9.
Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí.
Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor: tanto en la
vida como en la muerte, pertenecemos al Señor.
Porque Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de los muertos.
Evangelio según San Mateo 18,21-35.
Entonces se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a
mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?".
Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con
sus servidores.
Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.
Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus
hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.
El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré
todo".
El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios
y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: 'Págame lo que me debes'.
El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: 'Dame un plazo y te pagaré la deuda'.
Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a
contarlo a su señor.
Este lo mandó llamar y le dijo: '¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda.
¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí
de tí?'.
E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo
que debía.
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a
sus hermanos".
Leer el comentario del Evangelio por
Beato Juan Pablo II
Encíclica «Dives in misericordia» cp. 7, §14 (trad. © Libreria Editrice
Vaticana)
«¿No deberías, a tu vuelta, tener compasión de tu hermano?»
La Iglesia debe considerar como uno de sus deberes principales—en cada
etapa de la historia y especialmente en la edad contemporánea—el de proclamar e
introducir en la vida el misterio de la misericordia, revelado en sumo grado en
Cristo Jesús. Este misterio, no sólo para la misma Iglesia en cuanto comunidad de
creyentes, sino también en cierto sentido para todos los hombres, es fuente de una
vida diversa de la que el hombre, expuesto a las fuerzas prepotentes de la triple
concupiscencia que obran en él, está en condiciones de construir. Precisamente en
nombre de este misterio Cristo nos enseña a perdonar siempre. ¡Cuántas veces
repetimos las palabras de la oración que El mismo nos enseñó, pidiendo:
«perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores»
(Mt 6,12), es decir, a aquellos que son culpables de algo respecto a nosotros!
Es en verdad difícil expresar el valor profundo de la actitud que tales palabras
trazan e inculcan. ¡Cuántas cosas dicen estas palabras a todo hombre acerca de su
semejante y también acerca de sí mismo! La conciencia de ser deudores unos de
otros va pareja con la llamada a la solidaridad fraterna que san Pablo ha expresado
en la invitación concisa a soportarnos «mutuamente con amor» (Ep 4,2). ¡Qué
lección de humildad se encierra aquí respecto del hombre, del prójimo y de sí
mismo a la vez! ¡Qué escuela de buena voluntad para la convivencia de cada día,
en las diversas condiciones de nuestra existencia! servicio brindado por el Evangelio
del Día, www.evangeliodeldia.org”