III Domingo de Pascua, Ciclo A
LA FE QUE NOS LIBERA
La Palabra: “Esperábamos que fuera el libertador, pero hoy ya es el tercer día”
(evangelio).
1. Hay en nosotros el anhelo innato de poder para dominar situaciones que nos
desbordan. Son tantas las limitaciones en todos los ámbitos, que de modo
espontáneo clamamos por un liberador. Y de hecho se presentan de cuando en
cuando mesianismos que prometen liberación. En nuestras carencias nosotros
fácilmente creemos en esos mesia-nismos y esperamos que con su poder nos
liberen. Pero una y otra vez los mesianismos se derrumban y nuestra esperanza
cae por los suelos.
2. Jesús de Nazaret se presentó como portador de liberación para el pueblo. Y sus
primeros seguidores interpretaron que se trataba de un mesianismo político. Por
eso, cuando llegó el fracaso de la cruz, su esperanza naufragó; en vez de
imponerse a sus enemigos con poder, Jesús había sido ajusticiado como un
indeseable y había muerto, incluso, perdonando a sus verdugos. Evidentemente, su
mesianismo había fracasado: “nosotros esperábamos que aquel profeta, poderoso
en palabras y obras fuera el futuro libertador de Israel”, pero la sorda muerte de
cruz ha cerrado el porvenir de liberación.
3. Jesucristo vive hoy. Como a los primeros discípulos que sufrían la decepción y el
cansancio, nos habla: el mesianismo verdadero, el que trae la libertad, es el amor
solícito por el bien no solo propio sino también de los demás. El ejercicio de
cualquier poder, ya sea en religión, en política o en economía, en el ámbito de la
familia o de la sociedad, si no es como mediación del amor, no tiene sentido.
Jesucristo resucitado vive hoy. Recordemos, pues, el anuncio de los profetas: la
liberación de los seres humanos se realiza no por el poder que domina sino por el
amor que afirma y promueve al otro. Como los discípulos de Emaús entenderemos
este evangelio –“se nos abrirán los ojos”– cuando de verdad compartamos el pan
en la comunión eucarística.
Fray Jesús Espeja, OP
Con permiso de Palabranueva.net