IV Domingo de Cuaresma, Ciclo A
“EL CIEGO QUE LLEGÓ A VER”
La Palabra de Dios: “He venido a este mundo para que los que no ven vean,
y los que ven se queden ciegos” (Evangelio).
1. En el tiempo y en la sociedad judía donde Jesús vivió, había una clase social muy
elevada. Se habían adueñado del templo de Jerusalén y desde allí dictaban leyes de
pureza e impureza. Como era una sociedad muy religiosa, los declarados
religiosamente impuros no tenían ningún acceso a puestos de rentabilidad. Entre
los declarados impuros estaban los enfermos. Según el evangelio de hoy, el ciego
de nacimiento es considerado impuro. Por eso preguntan a Jesús: ¿quién ha
cometido el pecado que causa la ceguera? ¿El enfermo, sus padres o sus abuelos?
2. Jesús responde que la culpa de que no vea no es del ciego ni de sus
antepasados. Y evocando el gesto de la creación según el relato bíblico –el primer
hombre hecho de barro– hace un poco de barro con su saliva y unge los ojos del
ciego para que recobre su vocación original: ha nacido para ver, decidir y pensar
por su propia cuenta. Una vez curado el ciego, al encontrarse con sus vecinos,
afirma: “soy yo mismo”. Cuando las personas abren los ojos, leen la realidad y
juzgan por sí mismas, recobran su dignidad original.
3. Sin embargo, las autoridades religiosas de aquella sociedad judía que se creen
dueñas de la situación, no aceptan que el ciego de nacimiento comience a ver y a
pensar por su cuenta. Prefieren que no sea protagonista de su propia historia, para
que así viva sometido y dominado: “jamás se oyó decir que nadie abriera los ojos a
un ciego de nacimiento”. La lógica de dominación, encubierta de mil modos, se
repite una y otra vez a lo largo de la historia. Pero el evangelio invierte la lógica:
“he venido para que los que no ven, vean; y los que ven se queden ciegos”.
Fray Jesús Espeja, OP
Con permiso de Palabranueva.net