Martes 13 de Septiembre de 2011
Martes 24ª semana de tiempo ordinario 2011
1Timoteo 3,1-13
Querido hermano: Está muy bien dicho que quien aspira a ser obispo no es
poco lo que desea, porque el obispo tiene que ser irreprochable, fiel a su mujer,
sensato, equilibrado, bien educado, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al
vino ni amigo de reyertas, comprensivo, no agresivo ni interesado. Tiene que
gobernar bien su propia casa y hacerse obedecer de sus hijos con dignidad. Uno
que no sabe gobernar su casa, ¿cómo va a cuidar de una Iglesia de Dios? Que no
sea recién convertido, por si se le sube a la cabeza y lo condenan como al diablo.
Se requiere, además, que tenga buena fama entre los de fuera, para evitar el
descrédito y que lo atrape el diablo.
También los diáconos tienen que ser responsables, hombres de palabra, no
aficionados a beber mucho ni a sacar dinero, conservando la fe revelada con una
conciencia limpia. También éstos tienen que ser probados primero, y, cuando se
vea que son irreprensibles, que empiecen su servicio. Las mujeres, lo mismo, sean
respetables, no chismosas, sensatas y de fiar en todo. Los diáconos sean fieles a su
mujer y gobiernen bien sus casas y sus hijos, porque los que se hayan distinguido
en el servicio progresarán y tendrán libertad para exponer la fe en Cristo Jesús.
Salmo responsorial: 100
R/Andaré con rectitud de corazón.
Voy a cantar la bondad y la justicia, / para ti es mi música, Señor; / voy a
explicar el camino perfecto: / ¿cuándo vendrás a mí? R.
Andaré con rectitud de corazón / dentro de mi casa; / no pondré mis ojos /
en intenciones viles. / Aborrezco al que obra mal. R.
Al que en secreto difama a su prójimo / lo haré callar; / ojos engreídos,
corazones arrogantes, / no los soportaré. R.
Pongo mis ojos en los que son leales, / ellos vivirán conmigo; / el que sigue
un camino perfecto, / ése me servirá. R.
Lucas 7,11-17
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él
sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad,
resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda;
y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio
lástima y le dijo: "No llores." Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se
pararon) y dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!" El muerto se incorporó y
empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban
gloria a Dios, diciendo: "Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado
a su pueblo." La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea
entera.
COMENTARIOS
Naín representa la sociedad israelita incapaz de dar vida. La viuda es la
personificación del Israel infiel que se ha quedado sin Dios-el Esposo. El hijo único,
fruto de una relación de amor que, desgraciadamente ahora ha quedado truncada,
era la esperanza de Israel. La ciudad, amurallada, es como un seno materno lleno
de muerte. La comitiva se confunde y se identifica con la viuda: sin vitalidad, lo
único que queda son los ritos propios de una religión de muertos. Ni siquiera se han
enterado de la proximidad de Jesús y menos aún de su fuerza liberadora y
vivificante. En el extremo opuesto, fuera de la ciudad, se encuentra Jesús: se
acerca a la ciudad, como en otro tiempo Dios se había acercado al Pueblo de Israel
humillado y sometido, «haciéndose prójimo» de un pueblo en situación precaria, sin
esperanza.
En el caso del paganismo ha sido suficiente una «palabra» (v. 7b: «Pero con
una palabra tuya se curará mi criado») . Es el mensaje universal de vida que Jesús
anunció a los cuatro vientos. En el caso del judaísmo, Jesús, «Señor» de la vida,
muestra su compasión hacia su pueblo, personificado por la viuda: «Al verla el
Señor, se conmovió y le dijo: "No llores"» (7,13), y se dispone a remover el
obstáculo que. impedía la vida: «Acercándose, tocó el ataúd (los que lo llevaban se
pararon) y dijo: "¡Joven, a ti te hablo, levántate!"» (7,14). Primero era
necesario transgredir («tocó el ataúd») el tabú religioso sobre la impureza legal de
un cuerpo muerto (cf. Nm 19,11.16). Jesús no respeta las prescripciones de la
impureza levítica; al contrario, conculca la Ley de una manera ostentosa.
Seguidamente llama a la vida al «muchacho», al adolescente que apenas
acaba de abrirse a ella y que ya está bien muerto.
Tampoco en esta escena hay nombres propios. Se trata de una descripción
ideal de la crítica situación del judaísmo y de la fuerza liberadora de Jesús. La
escena recuerda de cerca la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta por obra
de Elías (3Re [1Re] 17,8:24 LXX). Lucas prepara, de esta manera, la identificación
de Jesús con Elías por parte de las multitudes, a que se hará referencia más
adelante (cf. Lc 9,8.19).
Por primera vez los presentes sacan conclusiones sobre la persona de
Jesús: «"Un gran profeta ha surgido entre nosotros." Y también: "Dios ha visitado a
su pueblo"» (7,16b). El gesto de Jesús de hacer 'levantar' al muchacho es
interpretado en el sentido de que finalmente Dios se ha decidido a liberar a Israel.
Reconocen que Jesús es «un gran profeta»: su gesto es profético. Detrás de la
resurrección del muchacho entrevén la resurrección de Israel. Poco a poco se va
planteando la cuestión, a la que se dará respuesta al final de esta estructura
paralela, sobre quién es Jesús. La noticia de este clamor popular sobre la identidad
de Jesús se divulgó « lain por todo el país judío y todo el territorio circundante»
(7,17), a saber: por toda la Judea y por la diáspora. Se confirma, así, que con las
figuras del 'muchacho' y la 'viuda' de Naín se describía la situación de miseria
absoluta de Israel privado, por su infidelidad, del Dios-Esposo que se había
comprometido a intervenir en la historia del hombre.
¡Cuántas veces Jesús no se habrá compadecido de nuestra Iglesia, cuando,
en lugar de dar vida... se ha comportado como una religión de muertos! La
transgresión de la Ley mosaica por parte de Jesús, cuando ésta asfixiaba al hombre
hasta arrebatarle toda posibilidad de vida, es un serio aviso dirigido a toda clase de
leyes que no estén al servicio del hombre. En nombre de Dios no es licito formular
ningún principio que avasalle al hombre: «El hombre es señor del precepto
sabático» y, por tanto, de cualquier mandamiento o precepto. Educar al hombre en
la libertad y el respeto a las leyes que regulan la vida comunitaria es una tarea tan
ardua como necesaria. La resurrección del adolescente nos hace ver que, por muy
negra que sea la crisis, siempre hay posibilidad de reavivar la comunidad cristiana,
como está sucediendo actualmente en las comunidades latinoamericanas que
nosotros los europeos mirábamos de reojo, considerando que estaban colapsadas
por la superstición y el eclecticismo religioso.
Juan Alarcón, s.j..
(Extracto de Fundación ÉPSILON)