XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
IMAGINAR, FABRICARSE, UN DIOS A MEDIDA Y PROVECHO PROPIO
Padre Pedrojosé Ynaraja
Una de las desgracias de la actual humanidad es haber ahogado la intuición. No
lamento la decisión de cortarse el pelo o rasurarse la barba. Ni la de elaborar
complicados guisos, ignorando sencillos y naturales sabores. Me siento indiferente a
la evolución del lenguaje. Pero prescindir del conocimiento intuitivo, frena y
entorpece el progreso. No os asustéis, mis queridos jóvenes lectores, que no voy a
continuar con disquisiciones de este género.
Imaginaos que os hacéis un dios a vuestro gusto, un ídolo espiritual erigido en el
corazón y, a continuación, pretendéis que se acomode a vuestros caprichos. Dios, si
existe, debe impedir desgracias, no permitir deformidades, ni inútiles sufrimientos,
se dice entonces. Olvidamos que muchos males se derivan directamente de
nuestras infidelidades, errores y egoísmos. Ocultando que los demás gozan, como
nosotros, de libertad. Y que la nuestra, exigimos nos sea totalmente reconocida y
respetada. Amamos a nuestra manera y nos creemos que porque es nuestra
espontanea ocurrencia, es perfecta. Y además creemos y esperamos ser amados
como a nosotros nos apetece. Si esta manera de ser, provoca dificultades en la
relación entre amigos o en el enamoramiento, mucho más complica resulta ser en
el trato con Dios. Nos creemos que Él se debe comportar como a nosotros se nos
ocurre. Sin darnos cuenta de que lo que tenemos en nuestro interior, es un dios
pequeñito, muy bien envuelto y atado. Remedo de divinidad, incapaz de querer con
infinito amor, tal como corresponde a su grandeza. Ignorando que para ser
auténtico Dios, debe de estar impregnado del misterio, cosa esencial y propio de
toda realidad divina.
(Antes de continuar y comentar la parábola del evangelio de este domingo, quisiera
advertiros, mis queridos jóvenes lectores, de que os olvidéis, para entenderla, de
criterios políticos. En este terreno, se trata de los contribuyentes de una
comunidad, que con sus cotizaciones e impuestos, colaboran en la vida social que
los políticos, democráticamente elegidos, deben administrar. Aparece en este
terreno el conflicto llamado agravio comparativo, cosa que para nada se debe
aplicar en el terreno de la vida cristiana).
La parábola quiere iluminar un poco nuestra mente, para que entendamos que el
amor de Dios trasciende nuestros cálculos. Que no podemos pretender llevar un
libro de contabilidad de la Gracia. El Amor de Dios es inmenso, incalculable e
incontrolable. Su proceder nunca es injusto y satisface totalmente a cada uno a su
medida.
Que el pequeño Tarsicio me supere en santidad, me alegra sobremanera. Que
Santo Dominguito de Val reciba honores de patrono universal de monaguillos,
provoca que mis visitas al Pilar sean más felices. Que la pureza y heroicidad de
María Goretti sea reconocida, aumenta mi amor por la castidad y mi admiración por
las mujeres jóvenes. Que me asombre la valentía de Juana de Arco y que le sea
reconocida por la Iglesia, aumenta mi gozo. Podría continuar con muchos ejemplos
más. Todos los mencionados acabaron su vida siendo mucho más jóvenes de lo que
soy yo. Que Dios desbordó su Gracia en sus pequeños corazones, me hace feliz. Si
me dijeran que en el Cielo se goza por quinquenios de existencia en la tierra y
ausencia de pliegos de cargos, disminuiría su atractivo.
No dudo de la bondad de Dios y ahora que estoy biológicamente vivo, soy
consciente de que me ama mucho más de lo que merezco y cada día me siento más
agradecido. De la riqueza espiritual, nadie nos pide que hagamos “declaración de
renta”. Que nadie, pues, se le ocurra quejarse, porque crea que otro recibe de Dios
más favores y se sienta por ello humillado, sería tal proceder pura estupidez,
consecuencia de su ignorancia y orgullo.
No puedo acabar sin recordar la lectura de la carta de Pablo. Su serenidad
asombra. Dice él que si muere será feliz con Dios. Si continúa viviendo les será útil
a los demás. No sabe qué escoger. ¿somos capaces nosotros de plantearnos la
existencia con esta entereza y paz?
Padre Pedrojosé Ynaraja