Ciclo A. XXIV Domingo del Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M.
El fragmento del evangelio de San Mateo que nos propone la liturgia de la palabra
en el día de hoy es la continuación temática del domingo anterior. ¿Hasta cuántas
veces tengo que perdonar?, pregunta Pedro a Jesús, y el Señor le responderá
“hasta setenta veces siete”. Así le demuestra que el amor y la relación
interpersonal profunda se fundamenta en la aceptación, acogida y perdón. Así como
el Señor nos perdona desde la hondura de la cruz y de su misericordia infinita, de la
misma manera cada uno de nosotros debemos perdonar y no pocas veces ni en
experiencias pequeñas, intranscendentes, sino ante ofensas graves y en situaciones
duras donde tender una mano y acoger de corazón nos resulta muy difícil.
Con mucha frecuencia nuestra sociedad sufre hoy el “complejo del perdón”. “Que se
acerque él primero”, “ por qué tengo que ceder siempre yo” son frases que
manifestamos o que surgen en la mente como barreras que impiden el encuentro y
la reconciliación. Y, sin embargo, una “metodología del perdón” no implica transigir
con todo o pusilanimidad desbordante sino mucha dosis de humildad y anchura de
corazón para aceptar con gozo el encuentro de la reconciliación, de la amnistía, de
la paz interior que brota espontáneamente cuando dos personas reinician un futuro
con la esperanza de una vida regenerada a partir de la comprensión mutua.
Jesús, por medio de la parábola que leemos en el día de hoy y por los testimonios
que nos presenta en la instauración del Reino, nos da ejemplos frecuentes de la
importancia del perdón como criterio evangélico fundamental a tener presente en
nuestra vida cristiana. Perdonó a Zaqueo, a María Magdalena, y en el trance final de
su vida, en la cruz, pidió a Dios que nos perdonara sin medida.
De infinitas maneras y siempre el Señor nos acoge y nos perdona pero, aun a
riesgo de forzar el sentido teológico de la parábola, bueno es que pensemos
también en el sacramento del perdón y de la misericordia como una manera
especial de reecontrarnos con el Dios que nos libera y nos salva. Hoy en día en que
acercarse a recibir el sacramento de la reconciliación pareciera una práctica
espiritual “devaluada”, el evangelio nos brinda la oportunidad de sentir la gracia del
Señor desde el reconocimiento de nuestras propias debilidades para, desde un
corazón arrepentido, sentir la gracia del amor de Dios y el abrazo misericordioso
que nos llena de alegría y de paz.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)