Domingo Vigésimo Quinto del Tiempo Ordinario A
“¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”
La parábola de la lectura evangélica de este domingo, viene motivada por la
cuestión que Pedro le presenta a Jesús: “Mira, nosotros ya lo hemos dejado todo. te
hemos seguido. En vista de eso, ¿qué nos va a tocar?” (Mt19, 27). Pedro pone
sobre el tapete la cuestión de los méritos y la recompensa. La parábola presenta a
un propietario de una viña que contrata, a diversas horas del día, a trabajadores, y
al final de la jornada todos reciben el mismo jornal.
Es una parábola ciertamente revolucionaria, rompe todos nuestros esquemas.
Vemos justificada la queja de los que fueron contratados a primera hora del día al
ver que los últimos que fueron a trabajar reciben el mismo jornal que los que
habían “aguantado el peso del día y el bochorno”. Quieren defender una diferencia.
Eso es lo que les irrita: la falta de distinción. La injusticia de que creen ser víctimas
no consiste en recibir una paga insuficiente, sino en ver que el amo es bueno con
los otros. Es la envidia del justo frente a un Dios que perdona a los pecadores.
Muchos piensan que la religión consiste en lo que damos a Dios. Y no, la religión
consiste en lo que Dios hace por nosotros, y en la acogida de tanto amor por parte
nuestra. Es la tendencia a creernos que son nuestras obras las que cuentan y no el
don generoso del amo de la viña que invita a todos a su Reino.
El Reino de Dios se mueve en otra órbita. Dios llama a todos y acoge a todos los
que, tarde o temprano, responden a su llamada. Lo que vale es que se quiera
trabajar y se trabaje por el Reino. Para Dios el tiempo no cuenta, vale la
generosidad y la sinceridad en la respuesta. Dios es generoso y le basta que el
hombre diga sí a su llamada. No se fija tanto en los méritos acumulados, en el
esfuerzo y trabajo que han realizado los diversos grupos de obreros, sino en lo que
necesitan para vivir. Un denario era la cantidad que una familia necesitaba para
sobrevivir un día, para llevar una vida según su voluntad. Así es Dios, que aunque a
nosotros nos sorprenda, no está mirando nuestros méritos sino nuestras
necesidades. Nos regala incluso lo que no nos merecemos. Hemos de mirar a la
persona por lo que es y necesita, no por lo que tiene y ha acumulado. Lo primero
une y crea fraternidad. Lo otro genera distancias, enfrentamientos e injusticias.
Pensamos que en esta vida estamos para hacer méritos, sumar punto y ganarnos la
felicidad eterna. Jesús nos insinúa que la salvación es un regalo de Dios, y por
nuestra parte no hay más que acogerlo con gratitud. Que la salvación es para
todos, y que no importa en el momento de la vida en que se responda a Dios.
Porque Dios es incomprensiblemente bueno con todos, que “hace salirle sol sobre
buenos y malos” (Mt 5, 45). Su bondad desborda todos nuestros cálculos y está
más allá de la fe de los creyentes y del ateísmo de los incrédulos. Ante este Dios lo
único que cabe es el gozo agradecido. Olvidarnos de nuestros esquemas, hacer
silencio dentro de nosotros y abrirnos confiadamente a su bondad infinita. No es un
Dios del orden y de la ley, con el que hay que hacer toda clase de cálculos para
saber a qué atenerse. Es un Dios amigo incondicional, y no un Dios justiciero y
amenazador. La gran lección es la bondad gratuita del amo, que supera la justicia
sin lesionarla: “amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un
denario?”.
“¿Vas a tener envidia porque yo soy bueno?”. Jesús proclama la gratuidad de Dios,
que es bondad y misericordia, frente a la religión y la moral del mérito que
patrocinaban los fariseos. La gratuidad de la salvación y del perdón de Dios forma
parte de los pensamientos, planes y caminos del Señor, que no coinciden con los
nuestros (cfr. Is 55, 8).
Nos cuesta entender que los caminos del Señor son distintos a los nuestros. Dios no
se mueve por rentabilidad, sino por amor gratuito e inmerecido. Esta es la Buena
Noticia del Evangelio. Esta es la fuerza transformadora que puede cambiar nuestro
corazón para movernos en nuestras relaciones humanas no por la rentabilidad, sino
por la gratuidad y la fraternidad.
Joaquin Obando Carvajal