Domingo Primero de Adviento, Ciclo A
Is. 2,1-5, Sal 121, 1-2. 3-4a. 4b-5. 6-7. 8-9;
Rom. 13,11-14; Mt. 24,37-44
Con este Domingo Primero de Adviento comenzamos un nuevo Ciclo Litúrgico. El
Adviento nos recuerda que estamos a la espera del Salvador. Y las Lecturas de
hoy nos invitan a ver la venida del Señor de dos maneras:
Una es la venida del Señor a nuestro corazón, y la otra es la que se refiere a la
Parusía; es decir, a la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos.
Respecto de la venida del Señor a nuestro corazón, la Primera Lectura del Profeta
Isaías (Is. 2, 1-5) nos recuerda que debemos prepararnos “para que El nos
instruya en sus caminos y podamos marchar por sus sendas”.
Respecto de la Segunda Venida de Cristo en gloria, la Carta de San Pablo a los
Romanos (Rom. 13, 11-14) nos hace ver una realidad: a medida que avanza la
historia, cada vez nos encontramos más cerca de la Parusía: “ahora nuestra
salvación está más cerca que cuando empezamos a creer”. Por eso nos invita
San Pablo a “despertar del sueo”.
Y ¿en qué consiste ese sueño? Consiste en que vivimos fuera de la realidad, tal
como nos lo indica el mismo Jesucristo en el Evangelio de hoy (Mt. 24, 37-44).
Consiste en que vivimos a espaldas de esa marcha inexorable de la humanidad
hacia la Venida de Cristo en gloria. Consiste en que vivimos como en los tiempos
de Noé, cuando -como nos dice el Señor- “la gente comía, bebía y se casaba,
hasta el día en que Noé entró en el arca, y cuando menos lo esperaban sobrevino
el diluvio y se llev a todos”. Y, nos advierte Jesucristo: “Lo mismo sucederá
cuando venga el Hijo del hombre”.
Así vivimos nosotros los hombres y mujeres de comienzos del siglo XXI: sin
darnos cuenta de que -como dice este Evangelio- “a la hora que menos
pensemos, vendrá el Hijo del hombre” (Mt. 24, 44).
Y, “a la hora que menos pensemos” -como ha sucedido a tantos- podríamos
morir, y recibir en ese mismo momento nuestro respectivo “juicio particular”, por el
que sabemos si nuestra alma va al Cielo, al Purgatorio o al Infierno.
O podría ocurrirnos que -efectivamente- tenga lugar la Segunda Venida de
Cristo al final de los tiempos. Para cualquiera de las dos circunstancias hemos de
estar preparados, bien preparados.
Estar preparados nos lo pide el Señor siempre y muy especialmente en este
Evangelio: “Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su
Seor”.
Esta preparacin consiste en que “Caminemos a la luz del Seor”, nos dice el
Profeta Isaías, que“desechemos las obras de las tinieblas y revistámonos con las
armas de la luz... Nada de borracheras, lujurias, desenfrenos; nada de pleitos y
envidias. Revístanse más bien de nuestro Señor Jesucristo”, nos dice San Pablo en
su Carta a los Romanos (Rm. 13, 11-14)
Todo es un llamado a la conversión: el Adviento es un tiempo de preparación
de nuestro corazón para recibir al Señor: respondiendo a la gracia para ser
revestidos con las armas de la luz, como son: la fe, la esperanza, la caridad, la
humildad, la templanza, el gozo, la paz, la paciencia, la comprensión de los demás,
la bondad y la fidelidad; la mansedumbre, la sencillez, la pobreza espiritual, la
niñez espiritual, etc.
El Adviento es tiempo de preparación, de conversión, de embellecimiento
espiritual por las virtudes. Que nuestra vida sea un continuo Adviento en espera
del Señor. Así podremos ir “con alegría al encuentro del Señor”.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)