Domingo Vigésimo Primero del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Is 22. 19-23; Sal 137,1-2a. 2bc-3. 6 y 8bc;
Rm 11. 33-36; Mt 16, 13-20
Jesús pregunta hoy a los apóstoles sobre lo que la gente opina de él. Esta pregunta
tuvo la intención de preparar una segunda pregunta personal y directa a los
discípulos. Ahora tienen que definirse. “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Pedro,
el primero de los apóstoles, responderá por todos: "Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo".
La pregunta nos la dirige Jesús, hoy, a nosotros: ¿Quién soy yo? ¿Por quién me
tienes? ¿Qué importancia tengo en tu vida? Nuestra respuesta también tiene que
ser rápida, sincera y osada: Tú eres la esperanza máxima, tú eres el Hijo de Dios
encarnado para salvarnos. Hemos de dar nuestra respuesta comprometida a Cristo
Salvador, el Buen Pastor que da la vida por las ovejas, al Amigo que da la vida por
sus amigos. ¡Qué paz responder con sinceridad al Señor y reconocerlo como
primero y único en la vida!
Esta fe de Pedro quiere ser también la nuestra. En su fe, en la fe que Pedro
manifiesta, se fundamenta nuestra fe. La fe de Pedro, fue una semilla que el Padre
había plantado en él, una semilla que debía crecer, que se debía extender a todas
partes, que debía llegar también hasta nosotros.
La fe de Pedro es grande. Jesús la alaba. Pero, no es un mérito del apóstol, sino un
don de Dios. “Eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que
está en el cielo”. Lo que Pedro ha hecho es sólo abrirse a la gracia de Dios.
Las palabras de Jesús adquieren un tono trascendente e impresionante: “Ahora te
digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Sobre Pedro
creyente se construirá el edificio de la comunidad cristiana. Sobre su fe firme se
podrá levantar la casa de Dios, el nuevo Pueblo de Dios. Pedro será el hombre de
las llaves, el que tiene un poder sagrado. Poder referido a la santificación de los
hermanos. El atar y desatar son prerrogativas importantísimas destinadas a la
construcción y a la comunión del pueblo de Dios.
Pedro será el fundamento visible de esta comunión y dará firmeza a la Iglesia. Todo
eso prosigue en la sucesión apostólica. La tarea de Pedro es importantísima para la
Iglesia. La cumple, en la sucesión, el Papa. A través de este ministerio se mantiene
viva la predicación evangélica y el testimonio de amor que corresponde siempre a
la Iglesia.
¡Agradezcamos el don de Pedro! ¡Valoremos el papel de su sucesor! Y de una
manera muy concreta: venerando su persona, acogiendo su ministerio y siendo
diligentes en su enseñanza. Recordemos que el Papa Benedicto XVI tiene la tarea
de animar a la Iglesia y hacer de ella una verdadera comunión. Por eso mismo,
pensar hoy en Pedro es ser conscientes que somos Iglesia una, santa, católica y
apostólica.
Sintamos hoy la alegría de ser miembros de esta Iglesia fundamentada en la fe de
los apóstoles que Pedro ha confesado; y que tiene dentro de sí al Espíritu de Cristo,
que la mantiene viva; ésta es la iglesia que contiene aquella fe que los apóstoles
vivieron y que nos han hecho llegar hasta nosotros.
Cuando cada domingo, en la oración eucarística decimos el nombre de nuestro Papa
N y de nuestro obispo N, entendámoslo y vivámoslo como la repetición de aquellos
signos, de aquellos eslabones de la cadena que nos une con los apóstoles y, por los
apóstoles, con Cristo. Y todo ello, porque también desde nosotros, desde nuestra
vida cotidiana, llegue a más hombres y mujeres, a nuestros compañeros y amigos,
a la gente que conocemos y no lo comparten, la misma gozosa noticia de la fe que
nos ha llegado a nosotros. Y, como Pedro, digamos a Cristo en nuestros hermanos:
Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)