Memoria Libre: Santo Nombre de María (12 de septiembre)
Lucas 7, 1-10
“Ni en Israel he
hallado una fe tan grande”. Los “milagros y los signos” que Jesús realizaba para
confirmar su
misión mesiánica y la venida del reino de Dios, están ordenados y estrechamente
ligados a la llamada a la fe.
El Evangelio, que hemos
escuchado testimonia la fuerza de la fe. Tanto como Jesús se entristece por la
“falta de fe” de los de Nazaret (Mc 6,6) y la “poca fe” de sus
discípulos (Mt 8,26), así se admira hoy ante la “gran fe” del centurión
romano. La fe es una adhesión filial a Dios, más allá de lo que nosotros
sentimos y comprendemos. Se ha hecho posible porque el Hijo amado nos abre el
acceso al Padre. Puede pedirnos que “busquemos” y que “llamemos” porque Él es
la puerta y el camino. Todo esto explica de modo suficiente el vínculo
particular que existe entre los “milagros-signos” de Cristo y la fe.
La fe cristiana es explicada como “una
decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de
amor y de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. Implica un
acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como Él vivió, o
sea, en el mayor amor a Dios y los hermanos”.
Por eso creer en Jesucristo es
hacer que resplandezca la verdad, que comienza en ese guardar los mandamientos
como un primer paso para ser discípulo, para seguirlo no como una imitación
exterior, sino como un “hacerse conforme a Él, que se hizo servidor de
todos hasta el don de sí mismo en la cruz. Mediante la fe, Cristo habita en el
corazón del creyente, el discípulo se asemeja a su Señor y se configura con Él;
lo cual es fruto de la gracia, de la presencia operante del Espíritu
Santo en nosotros” (Flp 2,5-8).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)