Solemnidad de María Madre de Dios
Nm 6,22-27; Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8;
Gál 4,4-7; Lc 2,16-21
María es Madre de Dios, verdad que conocemos y repetimos, pero que, si nos
fijamos bien, es un milagro colosal, incomprensible, infinito.
Esta verdad fue proclamada en el de Éfeso, en el año 431 para condenar una
herejía que pretendía demostrar que María era madre de Jesús-Hombre, pero no de
Jesús-Dios. Y desde ese momento “María, Madre de Dios” es dogma de fe para los
cristianos.
La Santísima Virgen María es verdaderamente Madre de Dios porque su Hijo,
Jesucristo, no sólo es Hombre, sino también Dios. Luego, es Madre de Dios. Así lo
reconoció su prima Santa Isabel cuando, “llena del Espíritu Santo” ante la presencia
de María, exclamó: “Quién soy yo para que venga a verme la Madre de mi Seor”?
(Lc. 1, 41-43).
Todas las gracias, dones y privilegios excepcionales de María se derivan del
hecho de su maternidad divina, inclusive los recibidos cronológicamente antes de
ser hecha Madre de Dios, como, por ejemplo, su Inmaculada Concepción. Así
también, todas las gracias, dones y privilegios que nosotros recibimos son causados
por ser María Madre de Dios, porque “concibiendo a Cristo, engendrándolo,
padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó... con el fin de restaurar
la vida sobrenatural de las almas. "Por eso es nuestra Madre en el orden de la
gracia” (LG 10).
Por ello, en este ambiente de celebración del Nacimiento del Hijo, el cual nos
refiere el Evangelio de hoy (Lc. 2, 16-21) la Iglesia nos invita a celebrar el primer
día de cada ao a María, Madre de Dios... y Madre nuestra: “Bendita sea por
siempre la Santa Inmaculada Concepción de la Bienaventurada siempre Virgen
María, Madre de Dios... y Madre nuestra”.
La Segunda Lectura nos dice que “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer,
para rescatarnos, a fin de hacernos hijos suyos. Puesto que ya somos hijos...
podemos exclamar „Abba!‟, que quiere decir Papá! Papito!” (Gal. 4, 4-7).
Parodiando a San Pablo, puesto que ya somos hijos, si podemos llamar así al Padre,
también podemos llamar a la Madre: ¡Madre! ¡Madrecita! ¡Mamá! ¡Mamita!
Y “tanto am Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el
que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3, 16). Así también,
parodiando a San Juan Evangelista, podemos con propiedad decir que “tanto nos
amó María, que también Ella, nos entregó a su Hijo único, para que todos tengamos
vida eterna”.
Por eso Ella, que nos ha engendrado a tan alto precio -nada menos que al
precio de la vida de su Hijo amadísimo- quiere que vivamos como verdaderos hijos
suyos y del Padre Eterno.
Pero pareciera que nosotros no queremos vivir así. Decimos que queremos
las gracias que nos vienen por manos de la Virgen, pero también queremos nuestra
voluntad. Y las dos cosas no pueden ir juntas. Decimos que queremos vivir bajo el
manto de la Virgen, pero también queremos vivir bajo el manto de nuestros
caprichos. Decimos que queremos recibir los dones divinos, pero creemos que
nuestros propios deseos son más importantes que esos dones.
Por eso en este primero de año, podríamos hacerle al Señor una carta en
blanco, que comenzara en imitacin a la Madre de Dios, por un “Hágase en mí
según tus deseos” y terminara con un “Amén. Así sea”, dejando que El, Padre
infinitamente Sabio y Bondadoso, la llenara de sus deseos, de sus designios, de sus
planes para nuestra vida.
Así podremos recibir desde este primer día del año la bendición con las
palabras que Dios mismo nos dejó y que leemos en la Primera Lectura: “El Seor
los bendiga y los guarde, haga brillar su rostro sobre ustedes y les conceda su
favor, vuelva su mirada misericordiosa a ustedes y les conceda la Paz” (Num. 6,
22-27).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)