LA SUERTE DE LOS DIFUNTOS
2 de Noviembre de 2008
PRIMERA MISA
En aquel tiempo Jesús les contestó:
Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo;
pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; y el que se
aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera
servirme , que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me
sirva, el Padre le premiará.
Ahora mi alma está agitada y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero por
esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.
Entonces se oyó una voz del cielo: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo…
Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo;
ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado
sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.
Este lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir. Juan 12, 23-33
Hasta que no perdemos del todo lo que más valoramos, hasta que no enterramos a
un ser querido, hasta que no depositamos en tierra esa clase tan entrañable de
granos, hasta entonces no nos devora tanto la necesidad de que sean verdad las
espigas y la resurrección de los muertos.
No digamos nada, si ese grano a enterrar es uno mismo. Si es la inmediata e
insoslayable desaparición propia la que empieza a producirse. Si es el vaciamiento
de nuestra personal sustancia y el incortable sangramiento de nuestro ser más
vivo, lo que nos está precipitando hacia el vacío más total y más expropiador de
nosotros mismos.
Es entonces cuando nos brotan los gritos totales y las lágrimas totales. Cuando es
total también nuestra oración y nuestra súplica a quien puede salvarnos, muertos,
de la muerte. Cuando vemos con total claridad, desde el sapientísimo sufrimiento y
aniquiladora angustia que, si lo nuestro es morir, lo suyo, lo de Dios, es escuchar
nuestra angustia y “parirnos” de nuevo. Glorificarnos como a su Hijo, guardarnos
para la vida eterna, “llevarnos” donde está Él, premiarnos con el ejercicio supremo
de su misericordiosa e inmortalizadora paternidad.
Porque ese es el fruto dado al grano que, en vida y de por vida, se dejó moler y
hacer pan para sus hermanos hambrientos. Esa es la cuna nueva en que renace el
hombre que, a tiempo y en el tiempo, fue matando su hombre viejo incorporándose
a la muerte de Cristo. Esa es la gloria, ese es el golpe de gracia, el remate
ultimador de un Padre impenitente que no falla a sus hijos a la hora de la necesidad
total ¡Qué mal padre, si no, tendríamos los humanos, si en el momento de nuestra
mayor carencia y necesidad de Él nos abandonara en los brazos de la nada y nos
negara sus manos en las que confiadamente depositamos por fin nuestro espíritu
acabado ! Estaríamos, ¡ay !, recibiendo, a pesar de nuestras lágrimas supremas y
de nuestra universal plegaria, recibiendo serpientes en vez de peces, piedras en vez
de panes, y muerte en vez de vida, y nada en vez de ser, y asfixia en vez de
Espíritu...
Pero no. La muerte no es peligro de muerte: es “peligro” de Vida. Porque vendrá
una voz del cielo que como a Cristo nos dirá: os he glorificado y os volveré a
glorificar; convertirá nuestros granos de trigo sepultados en espigas vivas para un
Pan Total.
Por eso:
Dejad que el grano se muera / y venga el tiempo oportuno:
dará cien grano por uno / la espiga de primavera.
Mirad que es dulce la espera /cuando los signos son ciertos;
tened los ojos abiertos/ y el corazón consolado:
si Cristo ha resucitado / ¡resucitarán los muertos!
(Oficio de Difuntos)
Juan Sánchez Trujillo
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SEGUNDA MISA
En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar
con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley.
Uno de ellos habló en nombre de los demás:¿Qué pretendes sacar de nosotros?
Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres. El
segundo, estando para morir, dijo: Tú, malvado, nos arrancas la vida presente;
pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para
una vida eterna.
Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo en seguida,
y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente: De Dios las recibí, y por
sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios. El rey y su corte se
asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos.
Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. Y, cuando estaba para
morir, dijo: Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios
mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida. Macabeos 7,1-2;
9-12
Todo tiene arreglo menos la muerte, me decía una señora al salir del cementerio el
día de los fieles difuntos. ¿Y vienes, le repliqué, de llevarle unas flores y de rezarle
a tu difunto esposo? ¡Pues si algo tiene arreglo, añadí, es precisamente la muerte!
Estaría bien, seguí reflexionando en mi interior, que las mejores piezas se le
escaparan a Dios. Que sus mayores y mejores amores le dejaran indiferente y frío,
que, en vez de eternizar y salvar a sus hijos del peor mal que es la muerte, se
cruzara de brazos impotente o desafecto. Pues ¿qué padre con corazón de madre
no pondría toda su carne en el asador para salvar a su hijo moribundo? ¿O qué
padre maternal, de serle posible, no resucitaría a su hijo muerto ?... Pues mal dios
o ningún dios sería Dios, si nuestras hambres de inmortalidad, si nuestros
viscerales deseos de vivir sin morir, no encontraran en su amor omnipotente su
más exitosa y total satisfacción...
Cierto que los años, los hombres, la enfermedad podrán arrancarnos la vida
presente, pero “cuando hayamos muerto por su ley, el rey de universo nos
resucitará para una vida eterna”, por lo que “vale la pena morir..., cuando se
espera que Dios mismo nos resucitará ... Y , si no, que lo diga Dios y Moisés, Cristo
y Lucas, para quienes Dios “no es un Dios de muertos sino de vivos : porque para
Él todos están vivos”.
Por eso, muertos realmente muertos en realidad no hay. Sólo hay vivos y más
vivos, granos por sembrar y espigas cosechadas, embriones en evolución y niños
nacidos y logrados del todo... Por eso la muerte, sin ánimo de negarla ni de
ofenderla, no tiene prácticamente futuro, pues tiene los días contados. Y, por
supuesto, nos diga mucho o nos diga poco la muerte, ella no tiene la última palabra
en la vida y sobre la vida de los hombres. La primera y la última Palabra la tiene
Dios Padre que resucitó a su Hijo Jesús ; y en Él como Cabeza resucita y seguirá
resucitando a sus siete, a sus setenta y siete hijos, a toda esa multitud innumerable
de hombres que nadie podría contar...
¿Verdad, señora, que, si algo tiene arreglo, es la muerte ?
Juan Sánchez Trujillo
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TERCERA MISA
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección…
, y Jesús les contestó: En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que
sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no
se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque
participan en la resurrección.
Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza,
cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios
de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos. Lucas 20, 27-38
¿Para qué te querríamos, Dios, si tu amor a nosotros terminara en nuestra muerte,
si cancelaras tu Alianza una vez concluido nuestro último suspiro? ¿Para qué
afirmarte Padre, si la tumba y la corrupción pudiera más que tu corazón
omnipotente? ¿Para qué confesarte inmortal, si es la muerte nuestro destino
¿Prolongarían más al hombre las lápidas y las memorias que tu corazón de Amante
en el que están grabados a fuego de amor los nombres de todos los hombres ?
No, no eres un Dios de muertos sino de vivos. No eres un vampiro cruel que se
mantiene de generación en generación chupando la sangre de los vivos. No devoras
a tus hijos para conservarte vivo. Eres, ciertamente, un Dios de vivos, un Dios
amante, un Dios poderoso. Porque poco Dios serías, poco potente tu amor y muy
enclenque tu capacidad creadora y recreadora, si los días de tus hijos se pudieran
contar con nuestros números... y si sus nombres quedaran más tiempo grabados
en el mármol frío que en tu corazón caliente de Padre resucitador.
¡Qué poco valdría nuestra valiosa vida, si no estuvieras Tú deseando y garantizando
nuestra perenne continuidad! ¡Qué muertos estaríamos ya los vivos, si cada paso
que nos separa de la cuna nos acercara a la muerte total ¡Qué ironía y que tragedia
sería vivir , si las tumbas nos se trocaran en cunas !
Pero no, Dios. Tú no eres un Dios de muertos sino de vivos. Abraham, Isaac, Jacob
y todos los que en el Señor han muerto, tenemos en Cristo, muerto y resucitado,
las primicias y garantía de nuestra personal y feliz resurrección. Y es que la última
palabra sobre la vida de los hombres la tiene el Dios de la vida, inmortal e
inmortalizador.
Juan Sánchez Trujillo