Epifanía del Señor
Is 60,1-6; Sal 71,2. 7-8. 10-11. 12-13;
Ef 3,2-3a. 5-6; Mt 2,1-12
¡Qué pintoresca y atractiva es la historia de los Reyes que vienen de oriente
para “adorar” al Rey de Israel! Es lo que celebramos en “Epifanía”. Significa esta
palabra griega: “manifestacin de Dios”. En efecto, de manera misteriosa -por
medio de una estrella milagrosa- Dios se manifiesta a tres reyes, los cuales llegan a
Belén para adorar al Rey de reyes, Jesucristo.
El viaje no fue fácil. El inicio tampoco. Debían haber tenido una gran fe y
también mucha humildad. Ellos eran también reyes, pero buscaban a un “Rey” que
era mucho más que ellos. Esta supremacía del recién-nacido “Rey” deben haberla
conocido por revelación divina. Deben haber sabido que el Reino de este Rey que
nacía era mucho más importante y grande que sus respectivos reinos. De otra
manera ¿cómo podrían estarlo buscando con tanto ahínco? Y lo buscaban, no para
un simple saludo o sólo para brindarle presentes, sino -sobre todo- para adorarlo.
El Profeta Isaías (Is. 60, 1-6) que leemos en la Primera Lectura, ya
anunciaba esta inusitada visita y nos da detalles que completan el escenario
descrito en el Evangelio: “Te inundará una multitud de camellos y dromedarios
procedentes de Madián y de Efá. Vendrán todos los de Sabá trayendo incienso y
oro, y proclamando las grandezas del Seor”.
Esta visita nos indica que Dios se revela a todos: ricos y pobres, poderosos y
humildes, judíos y no judíos. Eso sí: está de nuestra parte responder a la revelación
que Dios hace a cada raza, pueblo y nación... y a cada uno de nosotros.
Y Dios se revela en su Hijo Jesucristo, que se hace hombre, y nace y vive en
nuestro mundo en un momento dado de nuestra historia. Sí. Jesucristo es la
respuesta de Dios a nuestra búsqueda de El. Todos los seres humanos de una
manera u otra, en un momento u otro, buscamos el camino hacia Dios. Y ¿cómo
nos responde Dios? Mostrándonos a su Hijo Jesucristo, quien es el Camino, la
Verdad y la Vida para llegar a Él.
Los Reyes supieron buscarlo y lo encontraron. Respondieron con prontitud,
obediencia, humildad y diligencia. No les importó que fuera Rey de otro país. No les
importó el viaje largo y molesto que les tocó hacer. No les importó que la estrella
se les desapareciera por un tiempo. No les import encontrar a ese “Rey de reyes”
en el mayor anonimato y en medio de una rigurosa pobreza. Ellos sabían que ése
era el “Rey” que venían a adorar. Y eso era lo que importaba.
Nos dice Isaías y nos dice el Evangelio que los Tres Reyes ofrecieron regalos
al Rey de reyes: oro, que representa nuestro amor de entrega al Señor; incienso,
que simboliza nuestra constante oración que se eleva al Cielo, y mirra, que significa
la aceptación paciente de trabajos, sufrimientos y dificultades de nuestra vida en
Dios.
Esta breve historia sobre los Reyes de Oriente (Mt. 2, 1-12), que nos trae el
Evangelio de hoy, nos muestra cómo Dios llama a cada persona de diferentes
maneras, sea cual fuere su origen o su raza, su pueblo o su nación, su creencia o
convicción. El toca nuestros corazones y se nos revela en Jesucristo, Dios Vivo y
Verdadero ante Quien no podemos más que postrarnos y adorarlo.
Como a los Tres Reyes, Dios nos llama, nos inspira para que le busquemos,
se revela a nosotros en Jesucristo. Y nuestra respuesta no puede ser otra que la de
los Reyes: buscarlo, seguir su Camino -sin importar dificultades y obstáculos-
postrarnos y adorarlo, ofreciéndole también nuestros presentes: nuestra entrega a
El, nuestra oración y nuestros trabajos.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)