Bautismo del Señor
Is 42,1-4. 6-7; Sal 28,1a y 2. 3ac-4. 3b y 9b-10;
Hech 10,34-38; Mt 3,13-17
En la Navidad hemos contemplado con admiración e íntima alegría al Niño
que se nos ha dado, al Hijo de Dios que nació como hombre de María virgen por
obra del Espíritu Santo; el misterio de la maternidad de María, Madre de Dios y
Madre nuestra. Además, hemos ido descubriendo las primeras manifestaciones de
Cristo como Salvador de todos: se manifestó a los pastores en la noche santa, y
luego a los Magos, primicia de los pueblos llamados a la fe, que se pusieron en
camino siguiendo la luz de la estrella que vieron en el cielo y llegaron a Belén para
adorar al Niño recién nacido (Cf. Mt 2, 2) .
Hoy, en el Jordán, en el bautismo de Jesús se produce la manifestación de
Dios Uno y Trino: Jesús, a quien el Padre señala como su Hijo predilecto, y el
Espíritu Santo, que baja y permanece sobre Él. En efecto, el evangelio de este día
vemos cmo San Juan bautiza a Jesús, y cmo cuando es bautizado se oy“La voz
del Señor sobre las aguas”: “al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se abrieron
los cielos y vio al Espíritu de Dios que descendía sobre El en forma como de paloma
y se oy una voz desde el cielo”, la voz del Padre que lo identificaba como su Hijo,
el Dios-Hombre. (Mt. 3, 16-17)
Jesucristo, el Dios Vivo, no tenía necesidad de bautismo. Pero en el Jordán
quiso presentarle al Padre los pecados del mundo; es decir, quiso presentarnos a
nosotros como lo que somos: pecadores. ¡Todo un Dios, en Quien no puede haber
pecado alguno, se pone en lugar de la humanidad pecadora, haciéndose bautizar!
El Sacramento del Bautismo no es igual al Bautismo del Jordán. Es mucho
más: por nuestro Bautismo, por obra del Espíritu Santo somos limpiados del pecado
original, nos hacemos hijos de Dios; somos injertados en Cristo, templos vivos del
Espíritu santo, habitación de la trinidad; recibimos la fe católica como un tesoro que
debemos hacer crecer y compartir con los demás.
El día de nuestro bautismo, hechos hijos de Dios, el Padre como a Jesús
también nos dijo: tú eres mi hijo amado en quien tengo mis complacencias…
La conciencia de esta predilección que Dios nos tiene no puede menos de
impulsarnos a aceptar a Cristo en la menta y en el corazón, como Salvador y
Seor…
Pensar en el Bautismo de Jesucristo, el Dios-hecho-hombre, nos debe llenar
de gran humildad: si todo un Dios se humilla hasta pedir el Bautismo de conversión
que San Juan Bautista impartía a los pecadores convertidos, ¿qué no nos
corresponde a nosotros, que sí somos pecadores de verdad?
Recordemos que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las
personas creadas para que puedan amarlo y amarse mutuamente» (Catecismo de
la Iglesia católica, n. 387); es no querer vivir la vida de Dios recibida en el
bautismo y no dejarse amar por el verdadero Amor. El pecado, cuyo origen se
encuentra en la voluntad libre de la persona (cf. Mc 7, 20), es una transgresión del
amor verdadero, manifestándose en actitudes, palabras y acciones impregnadas de
egoísmo (cf. Catecismo de la iglesia Católica, nn. 1849–1850). En lo más íntimo
del hombre es donde la libertad se abre y se cierra al amor. Éste es el drama
constante del hombre, que a menudo elige la esclavitud, sometiéndose a miedos,
caprichos y costumbres equivocados, creándose ídolos que lo dominan e ideologías
que envilecen su humanidad: todo el que comete pecado es un esclavo de Satanás
y del pecado (Jn 8, 34), al que renunciamos el día de nuestro bautismo como hijos
de de Dios; hijos libres…
La Fiesta del Bautismo del Señor nos invita, entonces, a reconocernos
pecadores, a arrepentirnos y a renovar esa vida de Dios que recibimos en nuestro
Bautismo, para poder optar por el Reino de los Cielos. Que así sea.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)