Domingo Segundo de Cuaresma, Ciclo A
Gén 12,1-4ª; Sal 32; 2 Tim 1,8b-10; Mt 17,1-9
I
Una visión anticipada del Reino: la transfiguración
A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios
vivo, el Maestro “comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y
sufrir... y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16, 21); Pedro
rechazó este anuncio (cf. Mt 16, 22-23); los otros, no lo comprendieron mejor (cf.
Mt 17, 23; Lc 9, 45). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la
transfiguración de Jesús (cf. Mt 17, 1-8; 2 P l, 16-18), sobre una montaña, ante
tres testigos elegidos por El: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de
Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le
“hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén” (Lc 9, 31). Una
nube los cubrió y se oyó una voz desde el Cielo que decía: “Este es mi Hijo, mi
elegido; escuchadlo” (Lc 9, 35) 1 .
Los Evangelios narran en dos momentos solemnes, el bautismo y la
transfiguración de Cristo, que la voz del Padre lo designa como su "Hijo amado”
(Mt 3, 17; 17, 5). Jesús se designa a si mismo como “el Hijo Único de Dios" (Jn 3,
16) y afirma mediante este título su preexistencia eterna (cf Jn 10, 36). Pide la fe
en “el Nombre del Hijo Único de Dios” (Jn 3, 18). Esta confesión cristiana aparece
ya en la exclamación del centurión delante de Jesús en la cruz: “Verdaderamente
este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39), porque es solamente en el misterio
pascual donde el creyente puede alcanzar el sentido pleno del título “Hijo de
Dios” 2 .
Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la
confesión de Pedro. Muestra también que para «entrar en su gloria» (Lc 24, 26),
es necesario pasar por la cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria
de Dios en la montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del
Mesías (cf. Lc 24, 27). La pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre:
el Hijo actúa como siervo de Dios (cf. Is 42, 1). La nube indica la presencia del
Espíritu Santo: «Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el
hombre, el Espíritu en la nube luminosa» (santo Tomás, STh. 3, 45, 4, ad 2).
Tú te has transfigurado en la montaña y, en la medida en que ellos eran
capaces, tus discípulos han contemplado tu gloria, oh Cristo Dios, a fin de que
cuando te vieran crucificado comprendiesen que tu pasión era voluntaria, y
1 CIgC 554
2 CIgC 444
anunciasen al mundo que Tú eres verdaderamente la irradiación del Padre
(Liturgia bizantina, Kontakion de la fiesta de la transfiguración) 3 .
En el umbral de la vida pública se sitúa el bautismo; en el de la pascua, la
transfiguración. Por el bautismo de Jesús «fue manifestado el misterio de la
primera regeneración»: nuestro bautismo; la transfiguración «es sacramento de la
segunda regeneración»: nuestra propia resurrección (santo Tomás, STh. 3, 45, 4,
ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la resurrección del Señor por el
Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La
transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo
“el cual transfigurara este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el
suyo” (Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que “es necesario que pasemos
por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14, 22): Pedro no
había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña (cf. Lc 9,
33). Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, El
mismo dice: Desciende para penar en la Tierra, para servir en la tierra, para ser
despreciado y crucificado en la Tierra. La Vida desciende para hacerse matar, el
Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la
Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir? (S. Agustín,
serm. 78, 6) 4 .
La transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los
Apóstoles ante la proximidad de la pasión: la subida a un "monte alto" prepara la
subida al Calvario. Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo
contiene e irradia en los sacramentos: "la esperanza de la gloria" (Col 1, 27; cf. S.
León Magno, serm. 51, 3) 5 .
La Iglesia siempre ha presentado el Misterio de la Transfiguración de Jesús
como una imagen de lo que será nuestra transfiguración un día.
Jesús, dice la S. Escritura, transformará nuestra condición humana según el
modelo de su condición gloriosa».
Hay dos verdades: Una: ahora tenemos que trabajar en esta tierra tratando
de hacerla lo mejor posible y, la otra, que somos ciudadanos del ciclo y que
nuestra morada eterna y definitiva será el Paraíso.
Para nosotros la verdadera ciudadanía es la del cielo. Trataremos de pasar y
hacer pasar los años de esta tierra de la manera más con veniente posible, pero
nuestra meta es la eternidad, y no nos vamos a «nacionalizar» definitivamente
acá a este mundo, porque la otra Patria es mil millones de veces mejor que ésta.
3 CIgC 555
4 CIgC 556
5 CIgC 668
Jesús nos recuerda su condición gloriosa: felicidad sin mezcla de infortunio,
gloria y alegría sin preocupación de que nadie venga a arrebatarla. Y nos anuncia
que de esa condición gloriosa vamos a participar también nosotros un día no muy
lejano...
II
Gloria. Cruz. Kénosis.
El segundo domingo de Cuaresma no es la fiesta de la Transfiguración del
Señor, pero este misterio está íntimamente vinculado en la liturgia romana a esta
etapa del itinerario hacia la Pascua desde la formación de esta preparación de
cuarenta días. El conjunto de las lecturas de este domingo nos hablan de un doble
camino: el del hombre hacia Dios y el de Dios hacia el hombre. La iniciativa, no
obstante, en ambos caminos, pertenece a Dios: él es quien llama al hombre -
Abrahán (1ª. lectura) y a nosotros (2ª. lectura)- con una vocación santa, hacia
una bendición misteriosa. Él es, ahora, quien presenta a los hombres a Jesús, su
Hijo, el amado, su predilecto, para que le escuchen y le sigan, y sean así
partícipes de su gloria. El salmo es una súplica serena que contempla ambos
aspectos del camino: el amor de Dios que acompaña al hombre en su itinerario de
búsqueda, y la acción de Dios hacia el hombre liberándole de la muerte,
fundamento de nuestra esperanza.
El hecho de la encarnación tiene su momento de máxima concreción en la
muerte en la cruz. Es la "kénosis: ...actuando como un hombre cualquiera, se
rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Contemplando
al Crucificado nadie diría que es el Hijo de Dios. Es este, precisamente, el escarnio
que recibe Jesús en la cruz, anunciado en las tentaciones del desierto: “Si eres
Hijo de Dios...” A esta insidia da respuesta la transfiguración: Sí, “¡éste es mi
Hijo!”. Es el anuncio de la respuesta que será la resurrección. A pesar que
después de la transfiguración los discípulos continuaron con “Jesús, solo” pudieron
contemplar, no obstante, algo de la realidad profunda de Jesús: su “claritas”, su
gloria. No es simplemente un hombre como los demás, Jesús; es el Hijo de Dios a
quien hay que escuchar, porque el Padre lo ha enviado para revelarnos que nos
ama. Si sólo fuera un hombre, su mensaje acabaría con una muerte injusta; pero
porque es el Hijo, esta muerte es el acto supremo de fidelidad al Padre, la
explosión del amor teándrico (divino-humano) que salva a los hombres.
Aquí encontramos igualmente el carácter pascual. La resurrección no es un
premio por una "buena conducta" realizada por Jesús, hasta la muerte. Es la otra
cara de la muerte en la cruz. “Se rebajó... por eso Dios lo levantó sobre todo...”
Cuando el Hijo de Dios hecho hombre muere, la filiación divina resplandece en la
humanidad asumida, y se convierte en comunicativa para todos los que creen en
Él, y se incorporan a su tránsito: les concede “poder ser hijos de Dios”.
Una primera aplicación puede consistir en la comprensión misma de la
persona de Cristo. La transfiguración nos indica el camino para hablar de Jesús:
este camino nunca es perfecto mientras no llegue el anuncio de la condición de
Jesús como Hijo de Dios. Una presentación de Jesús que quede centrada en su
predicación, en el tiempo de su ministerio terreno, que no llegue a levantar el velo
de la visibilidad para contemplarlo en su gloria, no sigue la pedagogía querida por
el mismo Jesús en la transfiguración. Una predicación que se acaba al pie de la
cruz de Jesús de Nazaret, no es plenamente cristiana.
Una segunda aplicación, útil para iluminar nuestro camino de renovación
cristiana: ¿qué sentido tiene la penitencia cristiana si no es el de hacer crecer en
nosotros, por la acción de Dios, nuestra condición de hijos de Dios que es la
"gloria" que llevamos "escondida" en nuestra vida mortal? ¿Y cómo hacer crecer
esta condición, si no es potenciando nuestra comunión con el Hijo, por la Palabra
y los sacramentos? Véase la oración colecta y la postcomunión, y el prefacio I de
Cuaresma.
La celebración eucarística de este domingo constituye una oportunidad para
entrar a fondo en todo lo que significa la transfiguración en el camino cuaresmal
de renovación cristiana: lugar privilegiado para escuchar al Hijo, toma de
conciencia en la fe de nuestra condición de hijos de Dios por vocación santa,
entrada real en la participación de la resurrección de Cristo por la participación de
su Cuerpo glorioso...
III
Fe. Compromiso Fe. Experiencia
Hemos escuchado cómo Abrahán oye la llamada de dios que le invita a
dejar su tierra y todo cuanto había formado hasta entonces parte de su existencia
y a ponerse en camino. Su ruta está llena de riesgos e inseguridades. No sabe con
certeza cual es el término del camino. Pero Abrahán cree, pone su confianza en
dios, se apoya en él y empieza a hacer camino.
Abraham habría podido quedarse en su tierra, pero no habría hallado la
Tierra Prometida. Habría podido hacer de su seguridad, de sus tradiciones, de su
patrimonio familiar el absoluto de su existencia, pero entonces no habría
encontrado al absoluto, a dios. Habría podido seguir siendo un hombre honrado,
incluso religioso, pero quiso ser algo más: un hombre creyente, un hombre de fe.
¿Qué significa creer? ¿Qué significa ser creyentes de verdad? Creer es
siempre hacer camino, es siempre lanzarse a la aventura, apoyándose en la
Palabra de Dios y en su Poder. Tener fe no es como tener un objeto, una cosa
más (como cuando decimos que tenemos una casa, un auto). Tener fe es vivir de
acuerdo a lo que digo que creo. La fe no es un comerciar con Dios... La fe no se
reduce a unos ritos exteriores, cumplir por cumplir un precepto; no es cumplir con
una moral restrictiva, un código de normas; no es una doctrina que se queda en
teorías o conceptos. El cristianismo y la fe es más que todo esto… Creer y vivir así
nos lleva a vivir una fe infantil, siendo adultos, y siendo católicos, vivir así nos
lleva a una fe supersticiosa… Por esto a veces nuestra sintonía de fe es débil y yo
les propongo esto para reavivar su fe: un encuentro personal vivo, de ojos
abiertos y corazón palpitante con el Señor resucitado, que contemplo Pedro,
Santiago y Juan. Ellos captaron la profundidad de la persona de Jesús…
La auténtica vida cristiana comienza con un encuentro vivo con Jesús,
acogiéndolo y recibiéndolo en nuestro corazón y en nuestra vida, a la que Él entra
salvando, liberando, sanando y transformando.
Es necesaria una experiencia personal de encuentro y de salvación, donde
queda comprometido nuestro ser entero y toda nuestra vida.
A partir del encuentro vivo con Jesús, comienza una nueva vida que se
expresa y manifiesta en un comportamiento moral y en una vida oracional y de
práctica religiosa, como fruto y consecuencia normal de la presencia viva de Jesús
y de la acción poderosa del Espíritu. Fruto y expresión exterior y comunitaria de
una fe verdadera, no un sustituto de ella.
La primera evangelización no tiene lugar en nuestras vidas, y los bautizados
han llegado a la vida adulta sin haber tenido todavía una adhesión explícita y
personal a Jesucristo (CT 19)
Fe es un sí a la presencia y a la acción salvadora de Dios a través de Jesús.
Un "sí" lúcido y consciente que se da una vez y se renueva permanentemente.
Adhesión libre y responsable de nuestro ser entero a Jesús y a la totalidad de su
mensaje y de su obra.
Aquella experiencia de los apóstoles es también la nuestra, la de todo
creyente: descubrir que Jesús es el camino, la verdad, la vida, que es nuestro
modelo y nuestra salvación.
Siempre, pero el tiempo de cuaresma es un tiempo de especial escucha de
Jesús. Y escucharlo significa seguirlo: creer en Él, supone hacer su mismo camino:
vivir lo que creemos; la fe y las obras van juntas. En esta cuaresma renovemos
hoy nuestra decisión y nuestro compromiso de creer de verdad. Que sepamos,
como Abrahán, emprender el camino con firmeza hacia la tierra prometida... Jesús
es siempre el norte de nuestra ruta.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)