Domingo Tercero de Cuaresma, Ciclo A
Ex 17,3-7; Sal 94,1-2. 6-7. 8.9; Rom 5,1-2.5-8; Jn 4,5-42
Jesús y la samaritana
“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le
pedirías a él, y él te daría agua viva” Del agua que salta hasta la vida eterna
habla Cristo a la Samaritana junto al pozo de Sicar.
Jesús pide a la Samaritana que le dé de beber para llevar a la mujer del
agua natural, al agua verdaderamente viva. Pero la mujer, no pudiendo
comprender su lenguaje, piensa en un agua milagrosa que apague la sed del
cuerpo, por lo que ya no será necesario sacar más.
Jesús despierta en ella el deseo del don de Dios: “Seor -le dice la mujer-,
dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla” (Jn. 4,
14). Entonces Jesús revela a la mujer que Él es en persona la fuente misma del
agua viva. La conversación de Jesús cala en su conciencia de tal manera que
reconoce su realidad de mujer pecadora: Ella ha tenido 5 maridos y vive
ilegalmente con un sexto. La mujer comienza a reflexionar, y prorrumpe en un
emocionado acto de fe: “Seor, veo que tú eres un profeta” (Jn. 4, 19). Y luego
irá a anunciar a los habitantes de su ciudad que ha encontrado al Mesías y les
invita a “venir a ver a Jesús (Jn. 4, 29).
En este estupendo pasaje evangélico, poco a poco va llevando a revisión la
vida: esa vida vista a la luz de la verdad, porque sólo en la verdad puede
efectuarse el encuentro con Cristo que personifica la misma verdad.
Cuando la Samaritana dice a Jesús: “Dame de esa agua” (Jn. 4, 15), Él no
tarda en indicar el camino que lleva a ella. Es el camino de la verdad interior, el
camino de la conversin y de las obras buenas. “Anda, llama a tu marido” (Jn. 4,
16), dice el Señor a la mujer: se trata de una invitación a examinar la propia
conciencia, a escrutar en lo íntimo del corazón, nos lleva a quitarnos las
máscaras, debajo de las cuales podemos esconder nuestra realidad. Jesús hace
descubrir a esta mujer la necesidad de ser salvada y de preguntarse por el camino
que puede conducirla a la salvación, haciendo con ella un verdadero y propio
“examen de conciencia”, y ayudándola a llamar por su nombre a los pecados de
su vida. En efecto, Jesús le dice: “Tienes razn, que no tienes marido: has tenido
ya cinco y el de ahora no es tu marido” (Jn. 4, 17-18). De este modo la mujer no
sólo reconoce su situación de pecado, sino que es ayudada a llamar por su
nombre a los pecados de su vida.
El agua viva que salta hasta la vida eterna produjo en la Samaritana un
gran fruto: se da en ella una auténtica conversión: no sólo reconoce y se
arrepiente de su pecado, sin que, al mismo tiempo se convierte en apóstol:
“Vengan a ver -dice a sus conciudadanos- a un hombre que me ha dicho todo lo
que he hecho: ¿será éste el Mesías?” (Jn. 4, 29). Y les da el testimonio de su
vida: me ha dicho todo lo que he hecho. En ella hay un nuevo entusiasmo, que la
lleva a anunciar a los demás la verdad y la gracia que ha recibido: vengan a ver;
se convierte en mensajera de Cristo y de su Evangelio de salvación.
El encuentro con el Señor produce una profunda transformación de quienes
no se cierran a Él. Hoy a nosotros se nos invita a beber de esta agua viva de la
verdad, a purificar nuestra vida, a cambiar nuestra mentalidad, y a acudir a la
escuela del Evangelio, donde el Señor, como hizo con la Samaritana, nos
cuestiona, haciéndonos descubrir las exigencias más profundas de la verdad de
hombres y mujeres pecadores, necesitados de “agua viva”, necesitados de
reconocer nuestros pecados y del agua viva. “Ojalá escuchemos en esta cuaresma
su voz: no endurezcamos el corazn...” (Sal. 94 [951, 8). Pidamos a Jesús lo
mismo que pidió la Samaritana: agua viva, el agua para la vida eterna.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)