Domingo de Ramos
Is 50,4-7; Sal 21,8-9. 17-18a. 19-20. 23-24;
Fil 2,6-11; Mt 26,14-27,66
Alegría y Dolor.
Coherencia para seguir a Cristo hasta la Cruz
Entramos en la Gran Semana. Vamos a vivir el Misterio Salvador. La Pascua
se acerca a nosotros con la invitación a sumergirnos en ella resucitados. Este
hombre que "sube a Jerusalén" es el Señor. Que nadie sienta derrumbarse su Fe
por el fracaso aparente; que nadie viva de sentimientos superficiales la escucha
de la Pasión. Lo que vamos a celebrar es el Señorío de Jesucristo en la Cruz. Y a
modo de gran monición ambiental de la Semana, acompañamos con ramos de
victoria y de paz al que camina hacia la muerte: ¡Es el Señor! ¡Hosanna!
Nosotros conocemos ahora que aquella entrada triunfal fue, para
muchos, muy efímera. Los ramos verdes se marchitaron pronto. El hosanna
entusiasta se transformó cinco días más tarde en un grito enfurecido: ¡Crucifícale!
¿Por qué tan brusca mudanza, por qué tanta inconsistencia? Para entender algo
quizá tengamos que consultar nuestro propio corazón.
“¡Qué diferentes voces eran -comenta San Bernardo-: quita, quita,
crucifícale y bendito sea el que viene en nombre del Señor, hosanna en las
alturas! ¡Qué diferentes voces son llamarle ahora Rey de Israel, y de ahí a pocos
días: no tenemos más rey que el César! ¡Qué diferentes son los ramos verdes y la
cruz, las flores y las espinas! A quien antes tendían por alfombra los vestidos
propios, de allí a poco le desnudan de los suyos y echan suertes sobre ellos”.
La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén pide a cada uno de nosotros
coherencia y perseverancia, ahondar en nuestra fidelidad, para que nuestros
propósitos no sean luces que brillan momentáneamente y pronto se apagan. En el
fondo de nuestros corazones hay profundos contrastes: somos capaces de lo
mejor y de lo peor. Si queremos tener la vida divina, triunfar con Cristo, hemos de
ser constantes y hacer morir por la penitencia lo que nos aparta de Dios y nos
impide acompañar al Señor hasta la Cruz.
María también está en Jerusalén, cerca de su Hijo, para celebrar la
Pascua. La última Pascua judía y la primera Pascua en la que su Hijo es el
Sacerdote y la Víctima. No nos separemos de Ella. Nuestra Señora nos enseñará a
ser constantes, a luchar en lo pequeño, a crecer continuamente en el amor a
Jesús. Contemplemos la Pasión, la Muerte y la Resurrección de su Hijo junto a
Ella. No encontraremos un lugar más privilegiado.
Pueden ser estas ideas para después del Evangelio de la Bendición de los
Ramos: Más que la bendición de los ramos mismos, lo importante es nuestra
participación agitando los ramos en esta procesión. Se trata de un homenaje a
Cristo, que entra en Jerusalén como Rey de los mártires. La procesión expresa de
manera sensible lo que ha sido nuestro peregrinar de Cuaresma: es la culminación
de subir con Cristo a Jerusalén para vivir con él la Pascua. Busquemos sintonizar
con los sentimientos y actitudes de Cristo que actuando como un hombre
cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz.
San Andrés de Creta, nos propone muy bien los sentimientos espirituales
con que debemos participar en la celebración hoy:
“...Ea, pues, corramos a una con quien se apresura a su pasión, e imitemos
a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso,
ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos,
con la disposición más humillada de que seamos capaces y con el más limpio
propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene, y así logremos captar a
aquel Dios que nunca puede ser totalmente captado por nosotros”.
.. Y si antes, teñidos como estábamos de la escarlata del pecado, volvimos
a encontrar la blancura de la lana gracias al saludable baño del bautismo,
ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de
victoria".
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)