Comentario al evangelio del Lunes 19 de Septiembre del 2011
Nadie enciende un candil y lo pone debajo de la cama. Jesús ha venido a traer un mensaje de
salvación, amor y esperanza para todos los hombres. No quiere ocultarlo, no quiere esconderlo. Su
deseo es que todos lo lleguen a conocer, que todos sientan la potencia y la energía del amor de Dios,
capaz de renovar sus vidas, de abrir nuevos horizontes, de llevarnos a una vida en plenitud.
Lo que pasa es que siempre ha habido los que consciente o inconscientemente han querido ocultar
ese mensaje. Han deseado que sólo fuese para un pequeño grupo de elegidos. Los mismos apóstoles se
quejaron en un momento determinado a Jesús de que había otros que pretendían expulsar demonios en
su nombre. Más adelante, a lo largo de la historia de la Iglesia también el Evangelio se ha ocultado
bajo capas de tradiciones y costumbres, de moral y teología. Hasta la lectura de la Biblia se restringió
durante mucho tiempo impidiendo que el pueblo cristiano accediese a la Palabra de Dios.
Pero lo mejor es que la luz del candil sale siempre adelante. Siempre hay alguien que toma el
candil y lo pone en el candelero para que todos lo vean. Pensemos en las grandes figuras del pasado.
Un Francisco de Asís, por ejemplo. Con una vida muy sencilla hizo que todos viesen la potencia de la
luz del Evangelio.
La Iglesia no es sólo la jerarquía. Iglesia somos todos los creyentes. Iglesia es el Pueblo de Dios,
los de arriba y los de abajo. Todos son responsables de hacer que la luz del Evangelio siga brillando en
nuestro mundo y atrayendo a todos a la vida y a la esperanza. Todos somos responsables de hacer que
el candil no quede oculto sino que brille en el candelero y que todos lo puedan ver.
Nuestros pecados y limitaciones son muchos, como personas individuales y como institución. Pero
tenemos en nuestras manos un tesoro y nuestro esfuerzo principal ha de ser no taparlo sino enseñarlo y
mostrarlo al mundo. No se trata de fijarnos en nuestros pecados sino en el amor que Dios ha puesto en
nuestros corazones para regalarlo, para vivirlo, para disfrutarlo. Ese es el regalo que Dios nos ha dado.
Somos ricos y la única forma de incrementar esa riqueza es compartirla. Como la luz.
Fernando Torres Pérez cmf