Domingo Quinto de Pasacua, Ciclo A
Hech 6,1-7; Sal 32,1-2. 4-5. 18-19;
1Pe 2,4-9; Jn 14,1-12
"Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 1-12)
I
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”. El que cree en Jesús no tiene necesidad de
ninguna otra doctrina de salvación; está ya seguro de llegar a la meta y ya la está
tocando desde ahora. Se trata, como se ve, de la misma idea del domingo anterior
(“Yo soy la puerta”), pero desarrollada desde símbolos distintos.
Todo hombre o mujer, en su vida busca encontrar la verdad; desea que su vida no
termine para siempre. A esos profundos anhelos da Jesús, en el evangelio de hoy,
respuesta cabal. Y no una respuesta teórica: Él mismo es el Camino, la Verdad y la
Vida.
En él, y en vivir la vida como él la vivió, está la respuesta a los interrogantes y las
búsquedas del hombre. El Camino a seguir, La Verdad a defender, la Vida que no se
pierde, están al alcance de nuestra mano. Elegirlos o rechazarlos es cosa nuestra.
Cuando el hombre pregunta por el camino, está preguntando por el sentido y meta
de su existencia. Así se entiende la respuesta de Jesús.
Jesús es el camino para Dios porque en Jesús es Dios quien personalmente ha
venido al hombre, abriéndole así el camino.
Jesús afirma que él en persona es el camino verdadero y viviente que sustituye a la
ley mosaica. Para el cristiano, no serán ni diez, ni trescientos trece los
mandamientos de Dios; será la persona misma de Jesús por medio de su Espíritu
quien sirva de cauce buscado a su actuar diario.
No se trataba de seguir física a Jesús por los polvorientos caminos de Palestina, ni
siquiera de saberse sus discursos o su doctrina. Se nos pide ser discípulos,
convertirnos a él, encontrarnos con él, aceptarle convencida y voluntariamente,
estar de acuerdo con sus sentimientos y su concepción de la vida. De estas raíces
saldrán en último término los frutos de una actuación externa coherente con lo que
en el interior se siente y se vive. El programa de Jesús es él mismo.
Jesús no es solamente el camino en la medida en que, por su enseñanza, conduce a
la vida, sino que él es el camino que conduce al Padre en la medida en que él
mismo es la verdad y la vida (Cfr. 10. 9). Está bien marcado el sentido último de
nuestra misión cristiana: vivir como Jesús ha vivido y tener la misma manera de
pensar adaptada al mundo de hoy.
El hombre pregunta por el camino, el camino de la vida o el camino de la salvación,
y consiguientemente por el sentido y finalidad de su propia existencia. Jesús dice:
Yo soy el camino, el camino salvífico del hombre hacia Dios
II
Jesús en el evangelio nos dice: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al
Padre sino por mí”. Jesús se nos presenta, a los apóstoles y a nosotros, como aquel
que da sentido pleno a la existencia, como el que es capaz de satisfacer nuestro
deseo de felicidad, de gozo, de vida plena. Siguiéndole a él, aceptándolo a él como
camino; yendo con él todos los valores humanos, todas las esperanzas e ilusiones
humanas se hacen más plenas, más ricas; todos los esfuerzos que hacemos los
hombres al servicio de una vida mejor pueden llegar más a fondo, pueden alcanzar
una amplitud insospechada.
Jesús se designa a sí mismo como la verdad. La concepción del mundo sobre la
verdad tiene unas representaciones muy distintas. Así, por ejemplo, se entiende
como verdad (1) el que uno diga lo que piensa y quiere, la armonía entre
pensamiento, propósito y lenguaje, en oposición al engaño o mentira. O bien (2) la
concordancia de una idea o afirmación, o bien de una doctrina, con la realidad, en
oposición al error. Hoy es frecuente sobre todo (3) entender la verdad como
introducción a la práctica recta; y, finalmente (4), se entiende a menudo verdad en
el sentido de que una afirmación o teoría responda a las reglas de la razón, de la
lógica o de los métodos científicos. La verdad del presente texto no se deja
encasillar en ninguna de las concepciones mencionadas. Aquí se trata de la radical
búsqueda humana de la verdad como experiencia de sentido y certeza.
Verdad en el AT expresa la absoluta fidelidad de Dios en su obrar, en su revelación
y en sus mandamientos. Verdad significa la credibilidad absoluta de Dios frente al
hombre, de tal modo que éste puede confiar incondicionalmente en la palabra de
Dios, en su promesa y lealtad. De esa fiabilidad, lealtad y verdad de Dios puede
vivir el hombre; ahí adquiere la constancia y firmeza básica para su vida. El
hombre, que se confía a la palabra y revelación de Dios y que cuenta con ella
totalmente en la práctica, en cuanto que obra la verdad con fe, participará en la
verdad de Dios. En esa concepción de la verdad, la visión y el obrar (teoría y
práctica), conocimiento y experiencia, están en íntima relación.
Ahora bien, la afirmación central del evangelio de Juan está en que esa verdad de
Dios sale al encuentro del hombre en Jesús; con él han venido la gracia y la verdad
(1, 17). Esa verdad que sale al encuentro, que es objeto de experiencia y que
habla, es la que hace al hombre libre: “Si ustedes permanecen en mi palabra, serán
verdaderamente discípulos míos: conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”
(Jn 8, 31). En contacto con Jesús y su mensaje el hombre encuentra la verdad y
realidad liberadora de Dios: experimenta la verdad en Jesús como salvación y como
amor; puede ser de la verdad. Lo decisivo para la fe es que la verdad liberadora
sólo se experimenta en el encuentro con Jesús y su palabra. En Jesús se nos da de
hecho y de forma permanente.
Por lo que hace al concepto de vida, en san Juan significa que la vida humana sólo
alcanza su plena consumación en la comunión con Dios. Podemos calificar esa
concepción como una calidad de vida escatológica. Justamente eso es lo que
preocupa al cuarto evangelista: la lejanía de Dios, como ausencia de sentido, de
felicidad y alegría es lo que constituye el problema más grave y la auténtica
enajenación de nuestra vida; mientras que la vida verdadera, como podría ofrecerla
la revelación, consiste en que por Jesús se nos brinda la comunión divina. Jesús, el
Hijo del hombre, es el donador de vida escatológica. Por él ha sido dada aquella
posibilidad de vida, que supera toda otra calidad.
En Juan se suma como elemento decisivo el que esa vida eterna no se entienda
sólo como algo futuro que sólo se nos otorgará en el futuro lejano o después de la
muerte, sino que la fe es el comienzo de esa vida eterna. Con la fe el hombre
alcanza ya, aquí y ahora, una nueva calidad de vida escatológica. La fe es el paso
decisivo “de la muerte a la vida”, porque es la participacin del hombre en la
comunión divina que se le ha abierto por Jesús (Cfr. 1Jn 1, 1-4).
III
En el Evangelio hemos escuchado hablar a Felipe: “Seor, muéstranos al Padre...”
Objetivamente la súplica formula el deseo de una contemplación de Dios. En ese
deseo de contemplar directamente la divinidad en toda su plenitud, se condensa la
quintaesencia de todo anhelo religioso, el anhelo de que en el encuentro con Dios
se nos abra el sentido del universo. La Biblia conoce ese deseo del hombre de
contemplar a Dios, pero alude una y otra vez a sus limitaciones. A Moisés, que
dirige a Yahvéh la súplica “Déjame contemplar tu gloria”, se le da la respuesta: “No
puedes contemplar mi rostro, pues ningún hombre que me ve puede seguir
viviendo”. Lo más que puede otorgársele es que pueda contemplar “las espaldas”
de la gloria divina, pero nada más (cf. Ex 34,18-23). También el evangelio de san
Juan mantiene esta concepción de que ningún hombre ha visto a Dios ni puede
verle (1,18; 6,46; cf. 1Jn 4,12).
Según la concepcin bíblica Dios se muestra sobre todo al “oyente de la palabra”.
La respuesta de Jesús se mantiene exactamente en ese cuadro. El reproche “Llevo
tanto tiempo con ustedes, ¿y no me has conocido, Felipe?”. Conocer a Jesús
equivale justamente a reconocerle como el revelador de Dios.
“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. En el encuentro con Jesús encuentra
su objetivo la búsqueda de Dios. Pues ése es el sentido de la fe en Jesús: que en él
se halla el misterio de lo que llamamos Dios. Por lo demás, el “ver a Jesús”, de que
aquí se trata, no es una visión física, sino la visión creyente. Lo que llega a ver la fe
en Jesús es la presencia de Dios en este revelador. En efecto, conocer, encontrarse
con Jesús es encontrarse con el Padre.
Se da ahora la razn de por qué la fe en Jesús puede ver al Padre: “¿No crees que
yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?” Jesús está “en el Padre” y el Padre
está “en Jesús”. En esa frmula se manifiesta la íntima relación y comunión entre
Dios y Jesús. Que Jesús “está en el Padre” quiere decir que está condicionado en su
existencia y en su obrar por Dios, a quien él llama su Padre; y, a la inversa, Dios se
revela a través de Jesús, hasta el punto de que “en Jesús” se hace presente. Se
comprende que la verdad de esta afirmación sólo se manifiesta en la fe, y no en
una especulación sobre Dios que pueda separarse de la fe. Así, la fe pone al
hombre en una relación viva con Jesús y, justamente por ello, en una relación viva
con Dios, asegurando una participación en la comunión divina.
IV
Encontrarse con Cristo
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Hay en la vida momentos de verdadera
sinceridad en que, de pronto, surgen de nuestro interior con lucidez y claridad
desacostumbradas, las preguntas más decisivas: En definitiva, ¿yo en qué creo?
¿Qué es lo que espero? ¿En quién apoyo mi existencia? Ser cristiano es, antes que
nada, creerle a Cristo, aceptarlo en la vida, vivir en él, con él y para él, en donde
cada quien ha sido plantado. Tener la suerte de habernos encontrado con él. Por
encima de toda creencia, fórmula, rito, ideologización o interpretación, lo
verdaderamente decisivo en la experiencia cristiana es el encuentro con Cristo.
Ir descubriendo por experiencia personal, sin que nadie nos lo tenga que decir
desde fuera, toda la fuerza, la luz, la alegría, la vida que podemos ir recibiendo de
Cristo. Poder decir desde la propia experiencia que Jesús es “camino, verdad y
vida”.
En primer lugar, descubrirlo como camino. Escuchar en él la invitación a andar, a
cambiar, avanzar siempre, no establecernos nunca, renovarnos constantemente,
sacudirnos de perezas y seguridades, crecer como hombres, ahondar en la vida,
construir siempre, hacer historia más evangélica. Apoyarnos en Cristo para andar
día a día el camino doloroso y al mismo tiempo gozoso que va desde la incredulidad
a la fe.
En segundo lugar, encontrar en Cristo la verdad. Descubrir desde él a Dios en la
raíz y en el término del amor que los hombres damos y acogemos. Darnos cuenta,
por fin, que el hombre sólo es hombre en el amor. Descubrir que la única verdad es
el amor. Y descubrirlo acercándonos al hombre concreto que sufre y es olvidado.
En tercer lugar, encontrar en Cristo la vida. En realidad, los hombres creemos a
aquel que nos da vida. Ser cristiano no es admirar a un líder ni formular una
confesión sobre Cristo. Es encontrarse con un Cristo vivo y capaz de hacernos vivir.
A Jesús lo reconocemos como camino, verdad y vida, al amar, al rezar, al
compartir, al ofrecer amistad, al perdonar, al crear fraternidad.
A Jesús no lo poseemos. A Jesús lo encontramos cuando nos dejamos cambiar por
él, cuando nos atrevemos a amar como él, cuando crecemos como hombres y
hacemos crecer la humanidad.
Jesús es “camino, verdad y vida”. Es otro modo de caminar por la vida. Otro modo
de ver y sentir la existencia. Otra dimensión más honda. Otra lucidez y otra
generosidad. Otro horizonte y otra comprensión. Otra luz. Otra energía. Otro modo
de ser. Otra libertad. Otra esperanza. Otro vivir y otro morir.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)