Domingo de la Ascensión del Señor
Hech 1,1-11; Sal 46,2-3. 6-7. 8-9; Ef 1,17-23; Mt 28,16-20
Jesús los cita a sus discípulos en “un monte” de Galilea. En un monte Jesús sufrió la
tentación del poder, en un monte se transfiguró, en un monte proclamó su
mensaje. Dios ha querido revelarse de forma especial en la cumbre de las
montañas, como un signo de su presencia.
En este monte Jesús manifiesta du poder y su divinidad. Y, con este poder, confía
una misión a los discípulos y en ellos a toda la Iglesia, a cada uno de nosotros:
hagan discípulos míos a todas las gentes; enséenles “todo lo que Yo les ha
mandado”. En efecto, el que anuncia y ensea la persona y la doctrina de Jesús, no
enseña su doctrina, sino la persona, la vida y la persona de Jesús.
Esto es lo que Jesús pidió a sus seguidores y, hoy, nos lo sigue pidiendo a nosotros:
“bautizar” y “ensear”. Bautizar en el nombre de alguien significa establecer con él
una relación personal. Por el bautismo entramos en relación personal con el Dios de
Jesús, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por nuestro bautismo nos hemos hecho
discípulos de Jesús. Y ser discípulos de Jesús implica, no sólo conocer la doctrina
del maestro, sino vivir en una estrecha relación con Él; una relación personal y un
seguimiento, que compromete toda la vida y es para siempre... En realidad, el
discípulo se liga a la persona del Maestro y se compromete a compartir su proyecto
de vida, a identificarse con sus palabras, sus pensamientos y sus obras.
La fiesta de la ascensión de Jesús subraya la responsabilidad de los creyentes. La
palabra de Dios que hemos escuchado nos indica el verdadero camino, en el
cumplimiento de nuestro deber de cristianos. Ahora comienza para la Iglesia el
camino de la fe y de la madurez cristiana: caminará sola, sin la ayuda visible del
Maestro. Comienza también el camino de la esperanza: “volverá”. La Iglesia espera
la venida del Señor y su espera hará que se mantenga fiel. El reproche de los dos
personajes: “¿qué hacen ahí plantados mirando al cielo?”, viene a ser como una
indicación de que la misión del cristiano está sobre la tierra; su mirada y atención
será sobre las realidades humanas que él deberá transformar y cristianizar.
Es tanto la cercanía y el amor y la vida de Jesús con nosotros que promete vivir
siempre entre nosotros: “Yo “estaré con ustedes hasta el fin del mundo”. En
realidad, el Señor resucitado se ha ido, pero al mismo tiempo está aquí, se ha
quedado con nosotros para siempre, es el Emmanuel = el “Dios con nosotros”.
Ahora Jesús no Está entre nosotros de forma visible, física, pero se ha presente de
diversos modos, y esto hace que sea posible estar con cada uno y con todos: está
en Iglesia, en la comunidad concreta, en los sacramentos, en la Eucaristía, en los
más abandonados, en el perdón, etc. Reto nuestro es estar atentos para encontrar
al Seor en todo y de tantas maneras, se acerca a todos…
La presencia de Jesús nos urge a caminar, no podemos quedarnos “ahí parados
mirando al cielo”. Necesitamos ponernos a trabajar en la personal salvacin y en la
salvación de los hermanos; desde al trabajo, desde la propia realidad..., Jesús nos
quiere testigos de su presencia. Así nos podemos preparar para ser bautizados con
el Espíritu Santo”, Él es fuerza de Dios en nuestra debilidad. Esta semana es tiempo
de oración y reconciliación para prepararnos a Pentecostés, a tener la experiencia
de la presencia del divino Consolador, y llenarnos de serenidad, ciencia y fortaleza.
Que el próximo domingo sean todos llenos del Espíritu Santo, que los llene de luz y
de verdad, de poder y de fuerza para que den testimonio de Jesús resucitado.
Cuenten con mi oracin desde el viejo Mundo… para que sea en cada uno un nuevo
Pentecostés; a la vez me encomiendo a su oracin… Que Dios Padre, en su Hijo
Jesús, por el Espíritu Santo bendiga a todos (que la Madre de la Soledad haga a
todos valientes testigos del resucitado. Cada uno desde estamos hagamos Historia,
hagamos historia de salvación).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)