Domingo de Pentecostés
Hech 2,1-11; Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34;
1Cor 12,3b-7. 12-13; Jn 20,19-23
Celebramos hoy el domingo de Pentecostés. Con este domingo se cierran los 50
días de Pascua, dedicados por entero a celebrar el gozo de la resurrección, la
novedad de vida de los bautizados y el comienzo de la Iglesia animada por el
Espíritu Santo. “El día de Pentecostés” está marcado particularmente por la
conmemoración de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Es un día en
que la Iglesia dirige su atención de una manera especial a honrar a la tercera
Persona de la Santísima Trinidad.
Tres temas parecen destacar en la liturgia de hoy: el Espíritu como don pascual de
Cristo glorificado, el misterio de la Iglesia como obra del Espíritu, y la misión
evangelizadora que impulsa el Espíritu Santo.
La fiesta de Pentecostés nos ayuda a descubrir una doble relación entre Pentecostés
y Pascua, entre el misterio del Espíritu Santo y el misterio de Cristo muerto y
resucitado.
a) El don del Espíritu se presenta como fruto de la Pascua. “Todavía no se había
dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado” (Jn/07/39). Por eso, el
Resucitado se da prisa en comunicar el Espíritu a los suyos, la tarde misma del día
de la resurrección, en su primera aparición (evangelio). En realidad, ese Espíritu es
el “aliento vital” que exhaló Jesús sobre su Iglesia desde lo alto de la cruz en el
momento de pasar de este mundo al Padre: regalo nupcial del Esposo.
b) La función del Espíritu en la Iglesia no es suceder a Cristo ni, menos aún,
suplantarlo. Por el contrario, es “llevar a plenitud la obra de Cristo en el
mundo” (plegaria eucarística IV). Corresponde al Espíritu asegurar la presencia
invisible y perenne de Cristo y de su obra; desplegar, en el tiempo y en el espacio,
la totalidad del misterio de Cristo; “hacernos comprender la realidad misteriosa de
su sacrificio, y llevarnos al conocimiento pleno de toda la verdad revelada” (oración
sobre las ofrendas); ayudarnos a interiorizar y asimilar la salvación de Cristo.
El domingo de Pentecostés es “fiesta de la Iglesia” a título particular:
el acontecimiento que hoy se conmemora marca el nacimiento (o la epifanía, según
se mire) de la Iglesia. La 1ª.lectura nos describe la escena inaugural constituyente
del pueblo de la nueva Alianza.
El evangelio nos presenta a la Iglesia como criatura del Espíritu del Resucitado. El
gesto de Jesús “exhalando su aliento” sobre los discípulos y diciendo: “Reciban el
Espíritu Santo es gesto de creador, que recuerda la creación del primer hombre (“El
Señor Dios sopló en su nariz aliento de vida y el hombre se convirtió en ser vivo”:
Gn 2. 7).
El Espíritu fue, “desde el comienzo, el alma de la Iglesia naciente” (prefacio).
“Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo” (2ª.
lectura).
El Espíritu de Cristo sigue en la Iglesia haciendo comunidad. “El Espíritu del Señor
mantiene todo unido” (antífona de entrada), derribando barreras de incomprensión
(como viento impetuoso), destruyendo el pecado, factor de división (como fuego
purificador) y suscitando diversidad de servicios para el bien común (2ª. lectura).
Por tanto, la unidad de la Iglesia no es fruto de la voluntad y esfuerzo de
los hombres, sino obra del Espíritu.
La dimensión misionera de la Iglesia pertenece también esencialmente al mensaje
de Pentecostés. El Espíritu clausura las solemnidades pascuales abriendo a la
Iglesia a la misión que nace ineludiblemente de la experiencia de la Pascua. A los
discípulos reunidos el Resucitado les comunica el Espíritu como una fuerza que los
aliente a llevar adelante la misión que les encomienda (evangelio). El Espíritu los
transforma en testigos valientes, en predicadores enardecidos de la Buena Noticia
(otra vez el simbolismo del viento impetuoso y del fuego, de la primera lectura). Se
da a la Iglesia como un principio vital que le permite crecer,
expansionarse, manifestarse al exterior, irradiar hacia el mundo la presencia
salvadora de Cristo. Va plasmando a la Iglesia como lugar de encuentro y diálogo,
como instrumento de paz y reconciliación, para que “sea ante todo el mundo signo
visible de salvación” (oración sobre las ofrendas de la vigilia).
Ahora los discípulos, nosotros, animados por el Espíritu, vayamos a nuestro mundo,
en que vivimos a continuarán la obra de Jesús y a hacer presente a Jesús.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)