Domingo Segundo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Is 49,3.5-6; Sal 39,2 y 4ab. 7-8a. 8b-9. 10;
1Cor 1,1-3; Jn 1,29-34
El Evangelio nos relata el testimonio de Juan el Bautista sobre Jesucristo, nos
dice Quién es Jesús: el Hijo amado del Padre eterno en quien tiene sus
complacencias; el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo.
Jesús es el Cordero de Dios porque ha sido elegido por Dios para librarnos de
la esclavitud del pecado y hacernos hombres y mujeres libres, y así como en otros
tiempos los israelitas fueron librados de la muerte y de la esclavitud por medio de
la sangre de un cordero, razón por la que celebran la Pascua de generación en
generación, así también nosotros hemos sido librados, en Cristo y por su sangre, de
la esclavitud del pecado y de la muerte.
El testimonio que nos da san Juan de Jesús: Este es el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo, tiene una profunda implicación en el mundo y en cada
uno de nosotros; esto es algo muy conocido de todos: Esta expresión que utiliza
Juan para presentar a Cristo a sus discípulos es la misma con la que nosotros
invocamos a Cristo, en el "Gloria", reconociéndolo como Señor, como Dios y como
Hijo del Padre; es también como Cordero de Dios que le dirigimos repetidamente
nuestra súplica en la letanía que acompaña a la fracción del pan eucarístico; y es
como Cordero de Dios que nos es presentado Cristo cuando se nos invita a
acercarnos a la mesa eucarística para recibir su Cuerpo como verdadero alimento.
Así pues, no es una expresión extraña para nosotros.
Pero, ¿cómo hacer que la muerte y resurrección de nuestro Cordero inmolado
sea nuestro salvador y redentor, luz de nuestros corazones; cómo hacer para que
sea el Dios hombre que nos quite el pecado personal y del mundo? Cuando vivimos
en un mundo secularizado (un mundo sin Dios y sin pecado, despersonalizado y sin
valores); atiborrado de consumismo (cuyo dios parece el comparar y e consumir
para ser felices), hedonismo (que hace consistir la felicidad en la satisfacción de los
sentidos y del placer, sin hacer uso de la razón y la voluntad), y en un pluralismo
en donde cada uno nos sentimos poseer la verdad, en detrimento de la enseñanza
y la persona del cordero que dijo “Yo soy la verdad…). Parece que esta presentación
que Juan hace de Jesús ha perdido su razón de ser. Ahora ya no hay pecados, ni
pecado: porque hemos expulsado a Dios de nosotros y nosotros mismos hemos
perdido el sentido de nuestra dignidad y de los valores más elementales…
Se ha perdido la conciencia de pecado. Pero san Juan, lo queramos o no nos
dice: este es el Cordero… Reconozcámoslo, somos culpables. Al menos, no somos
inocentes en un mundo dividido, en una sociedad injusta, en un sistema
deshumanizado. Vivimos en un mundo de pecado, en un mundo inhumano,
fratricida, insolidario… El pecado del mundo está en sus estructuras, o sea, en el
modelo de organización que hemos elegido y sostenemos, cueste lo que cueste,
entre todos. El precio de este modelo, también llamado "sociedad del bienestar", es
el pecado, es decir, la injusticia y la explotación,, la marginación y la exclusión…
JUAN-PABLO II dice que “se trata de pecados muy personales que tenemos
cada uno cuando favorecemos o propagamos cualquier injusticia; son pecados de
quienes pudiendo hacer algo para evitar, eliminar o, al menos, limitar determinados
males sociales, omite el hacerlo por pereza, por miedo y encubrimiento, por
complicidad solapada o por indiferencia; de quien busca refugio en una presunta
imposibilidad de cambiar el mundo, y también de quien pretende eludir la fatiga y
el sacrificio, alegando supuestas razones de orden superior”. De manera que, por
complicidad o por omisión, todos estamos metidos hasta el gorro en el pecado del
mundo. Y, siendo esto así, nada tiene de extraño que el mismo pecado del mundo
no nos deje ver nuestras propias culpas, y no queramos reconocernos pecadores, y
ser liberados por el cordero de Dios que quita el pecado personal y del mundo…
Es muy cómodo confundir el pecado con los "pecadillos", o con la clásica
excusa: no robo, no mato…estoy bien… pero no te confiesas, ni comulgas, y como
consecuencia vives al margen de tus compromisos de discípulo y apóstol de Jesús…
Para recuperar el sentido del pecado hay que empezar por recuperar la conciencia
de seres humanos, la conciencia de la igualdad de todos al nacer, la conciencia de
la responsabilidad humana y de la solidaridad entre los hombres. Para
desenmascarar nuestros pecados, celosamente camuflados en el pecado del
mundo, no hay más que recorrer las enseñanzas del Cordero de Dios que quita el
pecado del Mundo… /Pero el más grave de todos los pecados es el querer vivir sin
Dios: una cosa es que dios esté contigo y otra que realmente tu estés con él:
cumpliendo en todo su santa voluntad… o pensando que no tienes pecado, cuando
se vive en la ignorancia de religiosa, de si mismo y con una conciencia sin Espíritu
Santo…, en un mundo hasta el cuelo de secularización ¡Cómo decir que ya no hay
pecado!
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)